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Más de 60.000 espectadores siguen el gran despliegue técnico de la ópera 'Carmen' en el Estadio de Francia

Un gran éxito de público y una actitud reservada de la crítica son el resultado de la representación de Carmen, de Georges Bizet, celebrada el sábado por la noche en el Estadio de Francia, al norte de París. Algo más de 61.000 espectadores se entregaron por completo a un espectáculo de dimensiones gigantescas que duró casi tres horas y contó con más de 500 personas en escena, cambiando radicalmente de escala una de las obras líricas más populares del mundo.

Los organizadores habían pedido a los espectadores que acudieran vestidos de blanco. Y, en efecto, decenas de miles de personas, llegadas en coche o en el metro, llevaban vestidos, camisetas o pantalones blancos. A los más reticentes se les invitó a colocarse una especie de túnicas blancas. Todo para que las gradas se convirtieran en un gran anillo de nieve en torno al escenario, y sobre los que se proyectó, en el último acto, una plaza de toros virtual. No faltó la silueta del toro de Osborne para ambientar la representación en los más genuinos tópicos de España.

Nueve pantallas aproximaron al público la imagen de los artistas a los que no veían. El sonido se sirvió de 450 equipos de difusión, en un intento, medianamente conseguido, de amortiguar el ruido de una autopista cercana. Por el escenario -concebido con aires de platillo volante sobre un mar de arena- evolucionaron auténticos caballos andaluces, figurantes disfrazados de toreros, nazarenos con sus capirotes, militares, contrabandistas y pueblo en general, que mimaron lo que cantaban los coros, confinados éstos en un espacio acotado.

Pantallas de rojo

En medio de tal montaje, la Orquesta Filarmónica y Coros de Radio France, dirigidos por el italiano Marco Guidarini, ejecutaron un trabajo más digno del que podía temerse. Decenas de miles de palmas acompañaron los compases de Toreador por parte de un público que ya no se cansó de romperse las manos hasta el final. Una desmelenada Nora Gubisch interpretó a Carmen y el tenor Luca Lombarda a Don José, ofreciendo actuaciones notables. Cuando a las 23.30 en punto murió Carmen, apuñalada por su amante, las pantallas se tiñeron de rojo y las gradas del estadio se inflamaron casi como si celebraran un gol de Zidane en el Campeonato del Mundo.

Tres millones de euros ha costado este montaje. La belleza musical cedió esta vez el paso a los alardes técnicos, que hicieron posible una representación en directo ante un público que multiplicaba por veinte o más veces el aforo de una sala de ópera. Sacrilegio para unos, apertura y modernidad para otros: la polémica es inevitable. El espectáculo, ciertamente, no resultó convencional.

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