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Columna
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Lance

Manuel Vicent

En el casino de un pueblo de la España profunda, una peña taurina solía reunirse bajo la cabeza disecada de un toro que había sido famoso por su bravura. Hace unos años, durante las fiestas del santo patrón, este morlaco de siete hierbas había matado a dos hombres y herido gravemente a otro más. Este aficionado, que se había salvado de la muerte, participaba ahora en la tertulia presidida por la cabeza de aquella fiera cuyos cuernos terribles parecían no estar del todo saciados.

En esta España degradada por los festejos taurinos, que son una amalgama de sangre y heces de vacuno, a veces se hunden los catafalcos durante las capeas añadiendo al ultraje del animal la miseria de la chapuza. Este verano se ha dado un caso simbólico de esta ignominia. En un pueblo de Aragón estaba a punto de salir del cajón un toro de fuego a las dos de la madrugada cuando se desplomó el balcón de Ayuntamiento repleto de autoridades. Murieron aplastados algunos vecinos, pero sólo debido a esta tragedia se suspendió la fiesta y la res se libró de la tortura.

En las capeas perecen corneados muchos aficionados rebosantes de vino y este rito constituye una ofrenda a alguna Virgen o a un Cristo ensangrentado. Un toro que mata a un hombre en medio de esta orgía es como si impartiera un sacramento, aunque a veces se dan hechos mucho más misteriosos.

Aquel miembro de la peña taurina que fue herido por el toro, presidía la tertulia del casino. El animal lo había cogido en la puerta del juzgado, le había traspasado un muslo y llevándolo en el aire como a un pelele lo había lanzado fuera de la plaza por encima de la talanquera. Tuvo suerte. Cayó de espaldas a plomo desde mucha altura sobre una parada de uva moscatel que amortiguó el golpe mortal y por un momento su sangre se unió al zumo de la vid que liberaron las canastas. Gracias a este lance se había constituido en presidente de la peña, con el privilegio de tener un asiento reservado en la vertical de la cabeza de aquel toro asesino. Todo fue bien durante unos años. Pero una tarde de agosto, podrido por el calor, para celebrar el quinto aniversario de haber salido vivo de aquella cornada, el aficionado invitó a toda la tertulia taurina a una cazuela de pájaros fritos. No hubo nada que hiciera presentir la desgracia. De pronto, cuando más fuertes eran las carcajadas, la cabeza del toro se desprendió de la pared, dobló el testuz y lanzó una cruel embestida contra el aficionado hasta clavarle en seco el cuerno en la yugular. De esta segunda cogida ya no se salvó.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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