Esquerra, la 'bisagra' independentista
El socialista Pasqual Maragall y el nacionalista Artur Mas pelean encarnizadamente por la primera plaza en las autonómicas catalanas del 16 de noviembre, pero tanto si se impone uno como el otro es muy probable que en los comicios gane también Josep Lluís Carod, el socarrón líder de los independentistas catalanes, a quien las encuestas conceden la llave para formar Gobierno. El importante crecimiento que los sondeos otorgan a Esquerra Republicana (ERC) volverá a colocar previsiblemente al histórico partido de Francesc Macià y Lluís Companys, que no abrazó el independentismo hasta 1990, en la disyuntiva de elegir entre un presidente socialista o uno convergente.
El dilema no es nuevo. En 1980, el pujolismo inició su andadura al frente de la Generalitat gracias a los votos de Esquerra, que tras el abrazo del oso bordeó el extraparlamentarismo. Y el pospujolismo puede que empiece a caminar también en la dirección que marquen los republicanos herederos de Heribert Barrera, quien sigue como consejero nacional del partido.
Esquerra 'vende' la independencia y el soberanismo no como un canto a las virtudes patrias, sino como una pócima para que la gente viva mejor
Los siete años de colaboración entre CiU y PP han sido el propulsor del crecimiento de ERC, a la que se han acercado electores y dirigentes convergentes
Los tiempos, sin embargo, han cambiado, y hoy Esquerra, que se sitúa equidistante entre los dos grandes partidos catalanes, se siente mucho más fuerte: si son necesarios para inclinar la balanza, la cúpula del partido exigirá que Carod se convierta en conseller en cap. Y los más optimistas fantasean incluso con la presidencia, aprovechando el pánico de CiU por perder el control de la Administración catalana tras 23 años de gobierno ininterrumpido.
Las posibilidades de que Carod sea investido presidente son ínfimas, pero la euforia que vive ERC tiene una base real, más allá del crecimiento que apuntan las encuestas, que acercan Esquerra hasta los 24 diputados cuando hoy tiene sólo 12: en las municipales del pasado mayo, los independentistas doblaron sus votos (de 190.000 a 410.000) y el número de concejales (de 677 a 1.253).
El éxito de Esquerra en las recientes municipales fue la culminación de una tendencia que ya venía apuntándose de forma continua en la última década, y que empieza a hacer verosímil a medio plazo el sorpasso en el campo nacionalista: en los últimos comicios, ERC superó a CiU en 140 de los 941 municipios -en 1991 eran sólo 17-, y en estos años, los independentistas han pasado de cobijar sólo el 9% del voto nacionalista a obtener el 34% del pastel.
Vasos comunicantes
Aunque ERC está convencida de crecer también a costa del Partit dels Socialistes (PSC), el recorrido hasta ahora lo ha hecho básicamente a costa de CiU, que en la década citada se han comportado casi como vasos comunicantes: lo que gana uno, lo pierde el otro. El peso del voto nacionalista -la suma de ambos partidos- se ha mantenido casi inalterable en el periodo analizado: sumaban el 36,5% del total en 1991 y recogieron el 37,1% en mayo de 2003. Si se toman como base las elecciones autonómicas, en las que los nacionalistas obtienen sus mejores resultados, el peso conjunto ha retrocedido: suponía el 54,2% en 1992, que bajó hasta el 46,4% en las últimas autonómicas, las de 1999.
Los siete años de estrecha colaboración parlamentaria entre CiU y el PP, en Madrid y en Barcelona, han sido el gran propulsor del crecimiento de Esquerra, a la que se han acercado electores tradicionales de CiU, pero también militantes e incluso dirigentes: el histórico pujolista Miquel Sellarès, que puso en marcha la policía autonómica, es hoy uno de los principales asesores de Carod, a cuyo partido se han afiliado en un año el que fue portavoz del grupo parlamentario de CiU en la penúltima legislatura, Raimon Escudé, y especialmente un ex peso pesado de CiU: el antecesor de Artur Mas en la secretaría general de Convergència, Pere Esteve. Éste ocupará el tercer puesto en la lista de ERC por Barcelona.
En el crecimiento de Esquerra también ha influido que el partido atraviese el periodo de paz interna más prolongado de su historia, rica en encolerizadas peleas que llevaban a escisiones aproximadamente cada dos legislaturas. Y también el nuevo discurso de sus dirigentes, inspirado por Carod: sin renunciar a los planteamientos clásicos del nacionalismo identitario han adoptado una nueva agenda estrictamente utilitarista. ERC vende la independencia y el soberanismo no como un canto a las virtudes patrias, sino como una pócima para que la gente viva mejor y se libere del supuesto yugo económico que, según su análisis, España representa para Cataluña. La obtención de más recursos financieros es uno de los ejes fundamentales de su programa.
La teórica ruptura de CiU y el PP ha frenado la incesante fuga que el partido de Jordi Pujol sufría hacia ERC. Y la previsible bipolarización de los comicios por su resultado incierto puede atenuar el alza de los independentistas que apuntan los sondeos.
Tanto Maragall como Mas se han lanzado ya a la caza del voto útil entre sus electores: Maragall, advirtiendo que Esquerra puede perpetuar el pujolismo y refiriéndose al partido como "pujolistas de izquierda"; Mas, recalcando la paradoja de que el voto más nacionalista -el que se dirige a Carod- pueda servir para investir por primera vez a un presidente de la Generalitat no nacionalista.
Antes del verano, la dirección de Esquerra tenía asumido que tras las elecciones debería entenderse con Maragall, pero hoy ha reforzado más que nunca su equidistancia y su eventual papel de bisagra para dejar abiertas todas las puertas tras el 16 de noviembre, la fecha electoral. Carod lleva años preparando el partido para entrar en el Gobierno haciendo suyo el accidentalismo que caracterizó en el siglo XX el nacionalismo conservador: tanto le da Mas o Maragall, el PSC o CiU, mientras Esquerra logre la máxima influencia en el nuevo Ejecutivo.
El mismo Carod ejemplifica la elástica dualidad de Esquerra, partido al que se afilió en 1987: ha militado en varios partidos de la izquierda marxista -Partit Socialista d'Alliberament Nacional (PSAN), Moviment d'Unificació Marxista (MUM), Nacionalistes d'Esquerra (NE)-, pero también ha sido un cargo de confianza en la Administración de Pujol: entre 1982 y 1984 fue el delegado de Cultura de la Generalitat en Tarragona.
Las dos almas de Esquerra
El tacticismo de la dirección de Esquerra, no obstante, no es compartido por las bases del partido, que no tienen nada de accidentalistas. Todas las encuestas -incluyendo las de ERC-muestran que el electorado de la formación está literalmente partido por la mitad en cuanto a preferencias entre Maragall y Mas, con una ligera ventaja de este último.
No obstante, las dos almas de Esquerra -la nacionalista y la progresista- son a menudo irreconciliables: mientras que el partido gobierna con la izquierda en la mayoría de las grandes ciudades, en pueblos de la Cataluña interior todavía es común que miembros de la misma familia repartan consensuadamente el voto entre CiU y ERC para que ganen los partidos de casa. Para éstos, Maragall es la expresión máxima del botifler, la palabra con que se bautizó a los catalanes que en la Guerra de Sucesión que acabó en 1714 se pusieron del lado de Felipe V, y que sigue en boga en los labios del nacionalismo del siglo XXI.
Con un electorado tan fracturado, la euforia por disponer eventualmente de la llave del gobierno es motivo de preocupación en el partido. Y más aún con la tradición que arrastra de rupturas y escisiones cada dos legislaturas. Sin embargo, el control que Carod tiene hoy de este partido de tradición asamblearia es sólido y la cohesión en la cúpula es superior a la del pasado. Todos se han conjurado, por ahora, a expresarse sin fisuras.
Programa de mínimos
En cualquier caso, la dirección volverá a blindarse antes de las elecciones y llevará probablemente al Síndic de Greuges -el Defensor del Pueblo catalán- su programa mínimo ante cualquier pacto poselectoral . Con ello quiere solemnizar que no pactará con nadie que no acepte su programa. El borrador del programa mínimo sobre el que la cúpula de Esquerra está dando vueltas y que tiene previsto dar a conocer esta semana huye de las estridencias maximalistas: no exige ni la independencia ni el Estado libre asociado. Apuesta genéricamente por reformar el Estatuto, algo en lo que coincide con todos los partidos catalanes, salvo el PP.
Esquerra aspira a un significativo avance en el autogobierno, pero tomando como base el máximo consenso posible en el Parlament. Los republicanos se proponen tirar del resto de partidos hacia sus posiciones, pero sin tensar demasiado la cuerda: en principio, no será condición sine qua non para pactar el contenido concreto de la reforma estatutaria, pero sí el compromiso de emprender el proceso en el Parlament.
La principal batalla simbólica que ERC tiene previsto incluir en sus demandas mínimas es garantizar la presencia catalana directa en los organismos de la Unión Europea. Pero como esta exigencia, así como la reforma del Estatut, es algo que en última instancia depende de las Cortes, los republicanos preparan una batería de puntos que afectan exclusivamente al Gobierno de la Generalitat. Básicamente se trata de propuestas sociales, dirigidas sobre todo a la mejora de la enseñanza.
El documento contiene un preámbulo inspirado por el propio Carod, que enfatiza las medidas a favor de la transparencia de la Administración y de "higiene democrática", según fuentes de la permanente del partido. Se trata, en suma, de un programa moderado, acorde con una formación que ha integrado a muchos convergentes en los últimos años y que gobierna sin estridencias en el Ayuntamiento de Barcelona desde el año 1995.
Tras una larga travesía del desierto, ERC se prepara para gobernar, poco le importa si con Maragall o con Mas. Pero la fiesta podría acabar antes de empezar. Si el PP y CiU volviesen a sumar 68 diputados - la mayoría absoluta-, o si convergentes y socialistas pactasen, el sueño acabaría abruptamente: Carod seguiría simplemente al frente del tercer grupo parlamentario.
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