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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Una lata pop de guisantes

Uno de los representantes de la figuración madrileña de los años setenta, Juan Ugalde, mantiene el espíritu del pop en sus grandes fotografías intervenidas por trazos de pintura. Trabajos en los que prevalece el blanco y el negro de las ruinas urbanas con toques del 'kitsch' español.

¿Fotografías pintadas? Si nos olvidamos del pictorialismo fotográfico de hace un siglo, que era otra cosa, eso nos remite al Rauschenberg de los años cincuenta y al pop, pero, desde hace tres lustros, se ha convertido en el refugio de la narratividad artística, que sobrevive hoy día cada vez más con imágenes de mayor pureza higiénica, nítidos colores, transparencia helada, precisión germánica, espacios arquitectónicos. Frente a esta sofisticación técnica y este repliegue al neutro silencio, como de escultura envasada al vacío, Juan Ugalde (Bilbao, 1958), que se dio a conocer hace unos 25 años como uno de los postreros heraldos de la figuración madrileña de los setenta, nos propone retornar a la sucia impureza del blanco y negro maculado, con imágenes desvaídas y temblorosas, que miran debajo de la rutilante costra urbana, aventando el polvo contaminante de su atmósfera.

JUAN UGALDE

'Disconnecting People'

Galería Soledad Lorenzo

Orfila, 5. Madrid

Hasta el 11 de octubre

Juan Ugalde es -ha sido siempre-, pinte más o pinte menos, un bricoleur de la narración visual, un genuino artista pop, algo raro en nuestro país, porque, bien al principio por el retraso de la industrialización española, bien después por la globalización, la mayor parte de nuestros representantes de esta tendencia han obviado los iconos nacionales: las viñetas de nuestros tebeos, las etiquetas del comercio más racial, los cromos devocionales del residual santoral religioso o del pagano de las galácticas estrellas del espectáculo mediático; en suma: el kitsch español. Olvidándose de Dalí, de El Cordobés o de Almodóvar, quizá temieron o temen no hacerse entender por el cada vez más estrecho mundo.

Antes y ahora, eso no le ha ocu

rrido a Juan Ugalde, si bien, el tiempo no pasa en balde, su actual forma de trabajar el tecnicolor gazpacho icónico nacional ha revirado hacia el purulento gris ceniza de la fotografía en blanco y negro de las ruinas urbanas, luego tratadas pictóricamente con barnices, con salpicaduras y manchas, con superposición de bordes y cenefas ruisueños, con inserción de cuadrados estandarizados de la digitalización colorimétrica y, sobre todo, con unos diminutos guisantes figurativos, cuya rutilante vistosidad cromática refulge, cual patéticos restos del naufragio del folclore nacional, en medio del incoloro océano que amenaza con tragarlos. No sé; pero estas minúsculas píldoras icónicas, de intenso brillo puntual, me recordaron a las salpicaduras de albayalde que Constable arrojaba sobre sus rústicos paisajes ingleses para que chisporroteasen de luz. No queda ya nada de lujurioso verdor en las imágenes urbanas de Ugalde, que ácidamente se oxidan, pero esta casi invisible trama de cómicas motas cromáticas de una pasada identidad navegando hacia el abismo, me parece un preciso, cruel y melancólico retrato de nuestra actual imagen popular, de ese guisante español que circunstancialmente se sigue haciendo notar debajo de siete colchones.

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