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Entrevista:MAXIM VENGEROV | Violinista

"El violín hay que empuñarlo entre los cuatro y los seis años"

Maxim Vengerov abre hoy en el Auditorio Nacional de Madrid el ciclo de Juventudes Musicales, patrocinado por EL PAÍS, después de pasar por París y Londres. Hace ya años que este ruso de 28, nacido en Novosibirsk, vive como las grandes estrellas de la música, cambiando casi cada día de ciudad y hotel. En la capital española presentará la sinfonía de Edouard Lalo que ha grabado en su último disco. "Es la Sinfonía española, que tuvo una gran acogida en su momento y que durante años figuró en el repertorio de todos los violinistas. Ahora, desde hace ya casi un cuarto de siglo, nadie había vuelto a grabarla y, poco a poco, había desaparecido de los programas de conciertos".

La obra de Lalo se le antoja muy adecuada, no en vano corresponde a un momento en que en Francia había una gran curiosidad por todo lo español. "La sinfonía de Lalo fue compuesta especialmente para Pablo Sarasate, pues el músico quería agradecerle a su intérprete que le hubiese descubierto posibilidades del violín que él nunca había imaginado. Sarasate era un genio y la sinfonía de Lalo le permitía demostrar todas las gamas de su virtuosismo. Es una pieza elegante, con mucho sentido del humor. El primer movimiento es el más dramático, con desplantes de tono casi torero. El segundo es muy atractivo y el tercero incluye una habanera de gran potencia, que casi te da ganas de ponerte a bailar. Luego entra en una fase como de ensoñación y todo acaba con una explosión de potencia".

"Tengo un gran recuerdo de mi experiencia de dar conciertos para niños"
"Cuando llegué a Alemania descubrí que el violín podía ser luminoso"

Vengerov tocó la obra de Lalo cuando apenas tenía ocho años. "Mi padre es oboísta en la orquesta de mi ciudad y mi madre dirigía una orquesta de niños. Yo empecé a tocar el violín cuando cumplí los cuatro años". Y ésa es la edad que se le antoja ideal para comenzar a aprender a tocar un instrumento. "El violín hay empuñarlo entre los cuatro y los seis. El piano puede esperar un poco más, hasta los ocho o nueve, pero no hay que dejar pasar esos momentos. Los niños tienen una capacidad de recepción extraordinaria, pueden memorizar miles de datos y emociones, son esponjas que aprenden idiomas, deportes o instrumentos con una facilidad que nunca más tenemos". La simpatía por la cultura española también ha influido en otra de las grabaciones de Vengerov. "Si, se trata del concierto que Benjamin Britten escribió en 1938, pensando en la Guerra Civil española, en las atrocidades de Franco. Es una obra que se estrenó en Nueva York, en 1940, y el violinista era un español republicano, Antonio Brossa, exiliado. En el segundo movimiento, la españolidad de la música es más que evidente".

La tradición nacional de cada cultura es algo que le interesa. "Yo me formé en la escuela rusa, en la tradición rusa tal y como era transmitida por el sistema soviético. Es una manera de tocar de gran intensidad, con un enorme respeto por la melodía, muy profunda. Cuando llegué a Alemania descubrí que el violín podía ser también luminoso, tener color, alegría. Nosotros somos herederos de Chaikovski, Mussorgski o Shostakóvich, crecí teniendo como modelo de intérprete a David Oïstrakh. En Alemania la tradición barroca te abre otro mundo. Y allí están Bach, Beethoven y Brahms. Es cierto que el sistema político influyó en nuestra manera de acercarnos al pasado, en el tipo de seriedad con que analizábamos las partituras. Los alemanes eran más abiertos".

La situación política y económica de Rusia le preocupa. "Muchos de los mejores músicos rusos viven hoy en el extranjero porque el país no ofrece garantías, no ofrece ni tan sólo la seguridad de poder desarrollar con orden un trabajo que no sea a corto plazo. Estoy convencido de que, a medida en que todo se estabilice y normalice, tenderemos a volver a Rusia". Y a escapar a una vida internacional que le obliga a expresarse casi siempre en inglés o alemán, pero que le hace casi imposible servirse del ruso materno. "Tengo un gran recuerdo de mi experiencia de dar conciertos para niños. Es algo que quisiera hacer con más asiduidad".

Ese proyecto de recitales para menores lo ha desarrollado en circunstancias excepcionales, tocando y dando clases ante audiencias especiales. "En Uganda estuve con chavales que habían vivido las matanzas o que eran niños-soldados; en Tailandia, con menores a los que habían convertido en adictos a las drogas; en Harlem, con críos de familias muy pobres; en Kosovo, con hijos de musulmanes y de serbios, reunidos por la música. Es un proyecto que llevo a cabo a través de la Unicef y en el que creo. La música es un lenguaje que habla directamente al corazón, que permite comprender las cosas de otra manera, sentirlas. Y los críos son muy sensibles a la música".

Maxim Vengerov tiene más aspecto de atleta que de violinista, al menos de acuerdo con la tópica imagen romántica del languideciente y pálido caballero de pelo largo que toca la sonata Kreutzer con una amada imposible. Vengerov es un atleta de pelo corto y muy negro. "Hay que hacer gimnasia cada día. Tocar el violín reclama mucha energía". Y violines extraordinarios. "El que utilizo ahora lo es. Se trata de un stradivarius de 1727, de una sonoridad extraordinaria, de una gran riqueza de tonos, que te permite ir más lejos en tu trabajo de descubrir el instrumento que tienes entre las manos".

El violinista Maxim Vengerov.
El violinista Maxim Vengerov.DAVID THOMPSON

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