El toreo de Luguillano
Con la marcha de los idolatrados, la plaza regresó a la normalidad. Media entrada, medio toro, media exposición. La mediocridad. En ésas estábamos cuando a David Luguillano le dio por ponerse a torear. Al diestro vallisoletano el santo que abrió la tarde se le fue entre desconfianzas, iras, vueltas y paseos. En el otro volvió a ser el torero de la rota figura, crispado, retorcido. A veces de frente y otras perfilado fue dejando por ambos pitones el pellizco-duende de su personalísima concepción del toreo, entregado y con fe hizo vibrar a los tendidos.
Manuel Caballero se presentó de incógnito en el último tercio de su primero. Tras nueve minutos de trapazos ventajistas le concedieron premio. En el otro, faena técnica. Tan técnica como fría. Nada que reprochar, sencillamente, que no existió alma, espíritu, ganas de brillar a más altura.
Valdefresno / Luguillano, Caballero, Cordobés
Toros de Valdefresno justos de presentación, fuerza y casta. Manejables. 5º aplaudido en el arrastre. David Luguillano: ovación y saludos; dos orejas. Manuel Caballero: oreja en los dos. El Cordobés: palmas y oreja. Plaza de toros de Valladolid, 12 de septiembre, 7ª de feria. Media entrada.
El Cordobés, con su actuación, demostró ser el cañí más simpático del escalafón. Torear no toreó. Tampoco se lo exigieron. El desenfado, la sonrisa y los trapazos a la carrera son su crédito. Tiene su público. No se vaya a creer.
Con el regusto del arte de David Luguillano, los aficionados se fueron para casa frotándose las manos ante la espera del plato fuerte que se presenta mañana: los vitorinos. Que la fe del aficionado no se vea maltratada.
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