_
_
_
_

Las mafias controlan la mendicidad en la zona de Nuevos Ministerios

Rumanos y búlgaros se disputan los puestos estratégicos de la plaza para conseguir propinas

Grupos mafiosos procedentes de Europa del Este controlan la mendicidad en los aledaños de la estación de Nuevos Ministerios y en la plaza alrededor de la que se levanta un gran centro comercial y varias tiendas. Según denuncian los taxistas que frecuentan la zona, y como ha comprobado este periódico, rumanos y búlgaros se disputan todos los días los mejores sitios de la plaza para mendigar. Además de pedir limosna, los inmigrantes abren las puertas de los taxis a los clientes para conseguir una propina. Según explican éstos, sus ganancias rondan los 20 euros al día.

La plaza en la que hacen esquina la calle de Raimundo Fernández Villaverde y el paseo de la Castellana se ha convertido en un lugar codiciado para grupos de rumanos y búlgaros. Clanes de ambas nacionalidades se disputan todos los días los lugares estratégicos de la zona para pedir limosna o para abrir y cerrar las puertas de los taxis en busca de alguna propina.

Los búlgaros acusan a los rumanos de mendigar con niños. Los rumanos aseguran que ellos llegaron primero a la plaza y que los búlgaros son los que montan los jaleos. Algunos taxistas denuncian, además, que tanto rumanos como búlgaros tienen que pagar a los cabecillas de ambos clanes un "alquiler" por permanecer durante el día en un sitio determinado. El pasado viernes este periódico comprobó cómo actúan estos grupos mafiosos.

Los dos clanes permanecen en la plaza y sus inmediaciones de ocho o nueve de la mañana hasta la noche, aprovechando que cerca hay unos grandes almacenes de donde salen y entran clientes continuamente. Por la mañana muchos de estos inmigrantes llegan en tren a la cercana estación de Nuevos Ministerios desde localidades de la periferia como Getafe o Parla.

Valery Ivanov, de 29 años, es búlgaro y lleva dos meses viviendo en Madrid, en el barrio de Las Águilas (Carabanchel). Ivanov apenas habla español. Sólo acierta decir "poco dinero" cuando se le pregunta cuánto gana al día de las propinas que recibe por abrir las puertas de los taxis que van llegando a la zona. Su uniforme de trabajo son unos vaqueros desgastados y una camiseta con la foto de Juan, uno de los cantantes de Operación Triunfo que Valery ni siquiera conoce. Lo único que le importa son los tres hijos que le esperan en Bulgaria y soñar con conseguir un trabajo en España "limpiando fachadas". En una hora, Valery abre la puerta de seis taxis. Y tan sólo recauda 50 céntimos de euro.

Tres días y medio de viaje

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Brumel Krumov, de 21 años, hace de traductor para su amigo Valery. Tiene 21 años, mujer y un hijo de cuatro años. Este inmigrante llegó a Madrid hace tres años en autobús desde Sofía. "Tardé tres días y medio en hacer el viaje", recuerda. Brumel toca el acordeón sin descanso frente a las puertas del centro comercial. La melodía es monótona, machacona. Tan sólo para cuando un agente de la Policía Municipal le mira desafiante porque el sonido le impide hacer una llamada. Su principal problema, explica, son los rumanos. "Son malos. Estoy tocando y se ponen a pedir al lado mío. Así yo no gano dinero", se queja. Valery y Brumel aseguran que trabajan solos y que no tienen que entregar su dinero a nadie.

El veterano de la plaza, al que conocen y respetan la mayoría de los taxistas, se llama Soso. No es rumano ni búlgaro. Nació hace 25 años en la ex república soviética de Georgia y habla cuatro idiomas. Es bien parecido y se nota que lleva cinco años trabajando en la plaza. Nadie se atreve a llevarle la contraria. Soso controla las propinas de los taxis que van y vienen de la parada oficial que hay enfrente del centro comercial. "Yo quiero quedarme en España, a Georgia sólo quiero ir de vacaciones", comenta.

Soso es afortunado, asegura que si un día le va bien puede llegar a ganar hasta 50 euros en propinas. Valery y Brumel, en cambio, no llegan a 20 euros al día. "A Soso ya le conocemos y nunca nos ha molestado", explican varios taxistas. El problema viene cuando el georgiano libra o decide no aparecer durante unos días por la plaza. Los rumanos y los búlgaros se disputan entonces su sitio privilegiado y es cuando aparecen las peleas.

En el día a día, los dos clanes están separados. Los búlgaros se quedan más cerca de la entrada de los grandes almacenes y de la salida del metro de Nuevos Ministerios. Los rumanos se alejan unos metros. El grupo de los rumanos lo forman sobre todo chiquillos y mujeres muy jóvenes, aunque también hay hombres. En total son unos 20. Todos fruncen el ceño y hacen ademán de escupir en el suelo cuando se les nombra a los búlgaros.

A mediodía una patrulla de la Policía Nacional se acerca a la zona. Uno de los agentes explica que de allí reciben "numerosos avisos". "En general no son muy folloneros. El problema son los descuideros: mientras uno te abre la puerta del taxi otro aprovecha para robar", explica uno de los agentes. El policía también cuenta que han recibido denuncias de paseantes que han sido agredidos por chavales inmigrantes que se suben encima de uno de los puentes que se alzan sobre Raimundo Fernández Villaverde.

"Tengo 16 años y un hijo de cinco"

Tabita, de 10 años, es una de las niñas rumanas más pequeñas que mendigan en los alrededores de la salida del metro y del tren de Nuevos Ministerios. El pelo le llega hasta el final de la espalda y lleva un zurrón rojo cruzado al pecho. "Es que todavía no ha empezado el cole, por eso estoy aquí con mi familia", explica.

Al lado de Tabita sonríe mostrando dos empastes de plata Magda, su cuñada. Cumplirá 17 años el próximo 22 de septiembre. Tiene un hijo de cinco años, que la acompaña a todos lados, y está embarazada de dos meses. "Me casé con nueve años", explica, sonriente. "Es que en Rumania nos casamos muy pronto", justifica. Su marido, según ella, está en Carabanchel "vendiendo La Farola". Dentro del grupo de rumanos, las más jóvenes son las que menos ganan: "A veces ni dos euros al día. Muchos días no tenemos ni para pagarnos los billetes del metro y el autobús de vuelta a casa", cuentan.

Los hombres del grupo de rumanos controlan los movimientos de las mujeres y de los niños y vigilan que nadie se meta con ellas. Al finalizar la jornada, las mujeres meten todo lo que han recaudado en una misma bolsa.

Jimmy, otro chaval de 11 años, explica que su familia perdió la chabola en la que vivían el pasado 31 de agosto en un incendio que se produjo en el poblado de El Salobral (Villaverde). "Ahora nos estamos construyendo otra pero, mientras, tenemos que dormir en la calle o en el coche", explica el niño.

A pesar de las penurias que tienen que pasar, los chavales no quieren, de momento, regresar a Rumania. "Estamos mejor aquí, las cosas seguro que mejorarán", dicen.

Los niños son muy inquietos y van siempre en grupo. A veces, consiguen un panecillo de algún restaurante cercano y se lo reparten entre todos. El chaval que lo consigue levanta el trofeo como un triunfo mientras el resto de niños forman un corro alrededor con los brazos en alto.

Otro lugar estrátegico para ellos es el puesto de helados que hay justo a la salida de los grandes almacenes. "Cuando están por aquí siempre hay algún cliente que les invita a un helado, no sé cuántos pueden llegar a comerse a lo largo del día. Pero el que consigue uno lo comparte con el resto de los chavales", comenta la dependienta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_