Idéntico a sus películas
A Woody Allen le gusta tocar el clarinete y a sus seguidores, especialmente a los europeos, les encanta oírle tocar; ¡magnífico! De cuando en cuando uno y otros se reúnen para satisfacer sus mutuas necesidades en ese aspecto tan particular de sus vidas. No hacen mal a nadie, comparten un par de horas intercambiando buenas vibraciones y, al final, todo el mundo, público y músicos, exteriorizan sonrisas de satisfacción que dejan corto cualquier anuncio de dentífrico.
El pasado sábado le tocó de nuevo a la ciudad de Barcelona y el Auditori abarrotado se convirtió en una nave galáctica merodeando por algún paraje bastante alejado del universo de la música. Nada de especial en ese despegue inusitado ya que los encuentros de Woody Allen con sus admiradores sólo utilizan la música como punto de partida, casi excusa, para alcanzar ese aspecto puramente físico que el cine nunca podrá proporcionar: ver al pequeño genio de cerca, casi tocarle, y, además, verle en pleno proceso creativo. Ver cómo se mueve, cómo habla a trompicones, insinuar su mirada tras las enormes gafas de concha, comprobar sus posturas distendidas mientras oye a sus compañeros, cómo lleva el ritmo con su pie izquierdo o sus esporádicas pero aparentemente sinceras sonrisas. Y al final poder afirmar: "Es idéntico a sus películas".
Woody Allen and his New Orleans Dixieland Band.
L'Auditori. Barcelona, 6 de septiembre.
Para conseguir ese contacto la música es ideal, y más la escogida por Woody Allen: el dixieland, una música esencialmente alegre y contagiosa. Si se hubiera dedicado a lo clásico algunos de sus seguidores podrían haberse dormido, si hubiera preferido el rock posiblemente ya no hubieran entrado y como cantautor comprometido a menudo le traicionarían las barreras idiomáticas (y, con toda seguridad, la voz). Para el dixie, en cambio, parece haberse inventado la etiqueta de apto para todos los públicos. No requiere ningún tipo de preparación, lacra que se achaca al jazz de otros estilos, induce de inmediato a la alegría y permite al público hasta llevar el ritmo (o intentarlo) con palmadas.
Paseando el 'dixie'
Desde el principio de su carrera, mucho antes de ser una estrella, Woody Allen interpreta dixie en pequeños clubes neoyorquinos y, desde hace unos años, ha decidido llevarlo a los grandes escenarios europeos. Rodeado de un grupo de fieles amigos de escenario (prácticamente los mismos que le acompañaron en su anterior visita al Palau de la Música: el grupo del intérprete de banjo Eddie Davis), Allen presentó, a lo largo de casi dos horas, un puñado de estándares de los primeros días del jazz. Interpretaciones discretas, sin pretensiones, pero suficientes ya que no se trataba de oír música y todas las miradas se focalizaban exclusivamente en el tímido clarinetista de la banda.
El sonido de Allen es esquemático y sin alardes de ningún tipo pero, perro viejo, sabe desafinar y romperse en los momentos precisos y, además, hacerlo con un gusto exquisito. Tomó sus solos con discreción, aunque los aplausos al acabar cada uno fueron auténticas ovaciones, y no se comportó en ningún momento como un divo escénico, al contrario.
Sus compañeros estaban allí también con una naturalidad apabullante, como si realmente se tratara de un pequeño club y no un inmenso escenario. Incluso todos demostraron en algún momento sus escasas facultades vocales, excepto un discreto batería y, por supuesto, Allen.
Eso sí, el cineasta habló en varias ocasiones regalando los oídos del personal con algunas frases hechas sobre la ciudad o la amabilidad de todos los presentes. Todo muy discreto, muy sencillo y tremendamente amable casi contrastando con el clamor eufórico que desataba cada interpretación hasta el punto de que los músicos iniciaban los nuevos números sin esperar a que los aplausos finalizaran.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.