Servicio de atención al sufrido cliente
Si usted camina por un centro comercial en el que de contínuo se encuentra instalada una atracción infantil tipo txiki-park gratuita y a unos diez metros se topa con otra atracción infantil -unas gomas elásticas sobre las que se salta atado por unos arneses- pensará que se trata también de algo gratuito, sobre todo si no hay en ningún lado una indicación referida a precios. Sin embargo, si usted hace pasar a sus hijos a la misma, cuando ya estén casi preparados, el encargado de la atracción le comunicará, con una voz casi inaudible, que son tres (euros, se supone), y que dura cinco minutos.
Si usted no quiere pasar por tacaño ante sus hijos o, lo que sería peor, por alguien que no cumple sus promesas, evitará el espectáculo de sacarlos inmediatamente de allí, pero acaso se le ocurra quejarse o, incluso, poner una reclamación. En mala hora, porque desde la oficina de atención al cliente le remitirán a la gerencia del centro comercial, donde un empleado le dirá que las hojas de reclamaciones ya no existen, y que ahora en su lugar lo que hay son hojas de sugerencias; por lo que, tras intensas y crispadas conversaciones, se quedará sin poder poner la reclamación -y sin poder demostrar que así ha sido. El servicio de atención al cliente situado en pleno centro comercial también le negará la hoja de reclamaciones, porque sólo puede atender reclamaciones referidas al hipermercado que se encuentra en ese comercial.: "El hipermercado y el centro comercial no tienen nada que ver". Tal vez le prometan una llamada de disculpa de algún responsable al día siguiente, pero esa llamada no se producirá. Incluso si usted persevera y se dirige a alguna oficina de información al consumidor le advertirán de que probablemente su reclamación no prospere al no haber ninguna otra presentada por el mismo asunto.
Todo esto le ocurrió al que suscribe el pasado miércoles 27 de Agosto por la tarde, en el centro comercial Urbil, situado en la localidad guipuzcoana de Usúrbil. Pero a usted le constará que no es un caso aislado: la picaresca comercial hacia los niños y sus padres huele muy mal ya desde hace bastante tiempo. Si queremos acabar con ella, es imprescindible que la autoridad política se implique rotundamente, desde los ayuntamientos -que, por ejemplo, podrían prohibir las atracciones de pago situadas junto a parques públicos o desde los servicios de inspección, que deberían castigar ese tipo de prácticas, pero, sobre todo, el via crucis que supone querer quejarse por ellas.
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