Animaos, amigos
El primer día de una gran vuelta es un continuo reencontrarse consigo mismo. Hombre, hablando con rigor, te encuentras con mucha gente del mundillo que llevas tiempo sin ver, sí que es verdad, incluso con muchos aficionados que quieren que les firmes un autógrafo o que les regales un botellín, pero lo que de verdad te interesa es a ver si te ves a tí mismo. Y yo, y perdonen que les hable de mí, -quizá no les interese demasiado, pero quizá tampoco yo doy para mucho más-, ya empiezo a saber quién soy, dónde estoy y qué he venido a hacer aquí. Aunque no piensen que lo voy a desvelar tan fácilmente, que de momento, y más que nada por precaución, me lo voy a guardar para mí mismo. No vaya a ser que hable más de la cuenta, y luego puedan venir pidiéndome responsabilidades que me remuerdan la conciencia aún más de lo que ya la tenga: que si dijiste que venías para hacer ésto, y no te hemos visto ni en pintura, y cosas de este estilo.
Hacía ya una año de la última vez en la que estuve en ésta situación; fue en Valencia, en el inicio de la pasada Vuelta a España, y como el contraste entre la sensaciones de hoy y las de entonces ha sido tan grande, nada más llegar a la habitación me he puesto a leer el artículo que escribí aquel día, uno titulado Anímate amigo. Si se imaginan que con ese título se trata de una especie de manual de autoconsuelo y autoayuda, más lo primero que lo segundo, no van por mal camino. Pero este año no. Tienen suerte y no les voy a torturar con lo mismo, que este año las tornas han cambiado. Al menos animado estoy, entre otras cosas, bien es cierto; porque también estoy fatigado por el esfuerzo, nervioso por lo que veo en el libro de ruta, y -lo más importante- ilusionado y esperanzado por todas las etapas que nos quedan por sufrir, y que algunos -digo yo- tendrán que ganar. Así que animaros, amigos, que el espectáculo acaba de comenzar.
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