El negociado de los corredores españoles
La crisis de los patrocinadores marca una edición de la que están ausentes las grandes figuras extranjeras
Como España es España y la Vuelta es la Vuelta, parte del trazado de la primera etapa, una contrarreloj por equipos de 28 kilómetros, surca la autovía de circunvalación de Gijón, una carretera importante que no se pude cortar así como así para que la recorran entrenándose un viernes los 22 equipos. Así que la Guardia Civil de Tráfico y la Policía Municipal tuvieron que organizar un tremendo dispositivo de seguridad, convoys motorizados y vigilados, motociclistas por delante y por detrás, sirenas al aire, rodeando a los forzados de la ruta y a los coches de sus directores, que, en mitad del maremagnum, intentaban hacerse una idea de la dirección y la fuerza del viento, del tipo de pendiente y de todos los pequeños detalles que hacen de la contrarreloj colectiva uno de los ejercicios más atractivos para los perfeccionistas y meticulosos.
¿Qué se sabe de Aitor González, de Ángel Casero, de Óscar Sevilla...?
Vandenbroucke y Virenque toman un café sorprendidos por la tranquilidad
Manolo Saiz, con su camisa blanca, está tan concentrado en su faena -"no me grabéis", les dice a los de una televisión, "que digo muchas burradas"- que ni da la impresión de que esta contrarreloj por equipos pueda ser la última que prepare y dirija, ya que su patrocinador de toda la vida, la ONCE, ha anunciado su retirada del pelotón.
Pero, claro, la voz que corre por los pasillos dice que algo ya tiene el bueno de Manolo, algo no tan goloso como la ONCE, pero sí lo suficiente para seguir adelante, porque, si no, dicen, no se entendería que corredores tan buenos y solicitados como Joseba Beloki, que no está en la Vuelta porque se rompió una cadera en el Tour, o Igor González de Galdeano, que no estuvo en el Tour porque se rompió la clavícula en Alemania y cree que ya ha llegado el momento de ganar la Vuelta -fue el segundo en 1999-, aún sigan esperando sin firmar por nadie. "Es que vemos tan tranquilo a Manolo que estamos seguros de que tiene algo", dicen en el ONCE.
En la cafetería del hotel, Frank Vandenbroucke, el niño prodigio que encandiló en la Vuelta de 1999, y Richard Virenque, el eterno francés que se convirtió en héroe hace un mes al alcanzar su sexto reinado de la montaña del Tour, se toman un café. Sorprendidos por la tranquilidad, la ausencia de acoso mediático, el silencio que no rompen los chillidos de la chiquillería cazando autógrafos, las carreras en tropel de cámaras y fotógrafos. Son dos de los extranjeros más famosos de los que participan. ¿Los otros? Levi Leipheimer, aquel californiano compañero de Heras que subió al podio, en perjuicio del bejarano, dorsal número 1, en 2001; Cadel Evans, un australiano que promete, que perdió el Giro en un puerto en 2002 y que ha estado todo el año recuperándose de sucesivas fracturas. Poco más.
Johan Bruyneel, el políglota belga residente en Valencia que ha dirigido a Lance Armstrong en sus cinco Tours, da una palmada y convoca a sus chavales, los del US Postal, en el autobús. "Reunión de equipo", dice. No mira al cielo ni por precaución. En el descampado gijonés donde está aparcado el vehículo no hay árboles. Tampoco se mira el pantalón, el lugar en el que un pájaro le dejó una aparatosa señal en la víspera del Tour. Aquella señal la interpretó Armstrong como un signo de buen augurio. Ningún pájaro marcó ayer a Bruyneel. ¿Mala señal para Heras? Roberto Heras, ganador de la Vuelta de 2000, es uno de los clásicos españoles, ciclistas que son un misterio hasta que llega la Vuelta.
¿Qué se sabe de Aitor González, el ganador de 2002? ¿De Ángel Casero, el de 2001? ¿De Óscar Sevilla, el eterno aspirante? No han hecho nada en todo el curso. Se han pasado agosto concentrados en las alturas. Entrenándose. Su forma no se conoce. La Vuelta es, de todas formas, su negociado. Hombres de andar por casa que vivirán su enésima disputa, que quizás echarán de menos a Mayo y Zubeldia, los agitadores del Tour, ausentes porque ya han hecho los deberes. Más misterios. Pecharromán, aquel extremeño-manchego mal pagado en el Paternina que causó furor en junio, que arrasó en la Bicicleta Vasca y en la Volta. Dice que ha estado lesionado, que no está bien. Va a firmar por un equipo grande, el belga Quick Step, el de Virenque, el de Vandenbroucke.
En otra mesa están de charla unos cuantos del iBanesto.com, otro patrocinador que lo deja. Pero se dice por los pasillos del pelotón que algo deben de tener Echávarri y Unzue; que, si no, no se entendería que corredores tan cotizados como Lastras o Mancebo no hayan firmado por otros equipos. Nadie habla de una Vuelta bajo presión. No hay nervios.
En la barra hay un corro: Eufemiano Fuentes, el mito canario, el hombre discreto. "Me fui del equipo sin hacer ruido", dice el médico del Kelme, "y he vuelto igual de silencioso"; Vicente Belda, sonriente después de pasar un Tour triste al frente de un Kelme que sólo sufrió sinsabores; Javier Mínguez, otro de los eternos, al frente ahora del Labarca 2-Baqué, un equipo pequeño, del tamaño que algunos preclaros propugnan como ideales para salvar al ciclismo español de la crisis. A Mínguez le han dicho que no podrá contar con su líder, con Aitor Kintana; que el contraanálisis ha confirmado su positivo por EPO.
Así es la Vuelta.
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