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Entrevista:Carlos Ferrater | ARQUITECTURA

"El riesgo es la base de nuestro trabajo"

El arquitecto catalán ha dado la vuelta a su arquitectura. En Zaragoza, Castellón, París, Benidorm, Granada o Barcelona, sus nuevos proyectos y obras se han lanzado al vuelo de las formas orgánicas y la investigación formal. "No queremos revolucionar, queremos innovar", afirma.

Anatxu Zabalbeascoa

Carlos Ferrater (Barcelona, 1944) está desconocido. Ha dejado de ser el proyectista prudente y correcto de tantos años. Su nuevo estudio, en la calle de Balmes de Barcelona, delata esa renovación: tanto en su arquitectura detallista y con subrayados de color como en la juventud y la variedad de los arquitectos que lo ocupan. Ferrater ha decidido reinventarse, convertirse en otro arquitecto y atravesar las nuevas puertas que le abre la investigación.

PREGUNTA. En los últimos proyectos, y a partir del jardín botánico de Barcelona, su obra ha sufrido una transformación de escala, de ubicación y hasta de línea estética. Muchos de sus trabajos actuales responden a una idea más orgánica que funcional. ¿A qué obedecen estos cambios?

RESPUESTA. En los últimos años hemos organizado el estudio como un laboratorio. Cuando investigas te das cuenta de que las cuestiones de lenguaje cada vez te interesan menos frente a otros temas como la luz como materia prima o la condición social de la arquitectura, esto es: la repercusión social de un programa en el paisaje. Cuando tienes un laboratorio y te presentas a concursos, cada proyecto es una experiencia. Y eso afecta a lo que haces. Más que solucionar programas nos dedicamos a abrir nuevas vías de expresión. Cuando uno sabe ya cómo organizar un edificio, cómo utilizar las tecnologías y tiene otra serie de conocimientos que da la experiencia, puede lanzarse a buscar formas de expresión más contemporáneas.

P. ¿Las formas de sus edificios son ahora más suyas?

R. Son más libres. Y yo me siento más a gusto, menos purista, menos esclavo de la construcción, del programa, del cliente y de la propia ciudad. Y eso se refleja en la arquitectura. Quería dejar de reformular las mismas historias. Uno trata de rentabilizar un aprendizaje, pero si sólo haces eso dejas de aprender. Yo aprendía despacio. Quería evolucionar y por eso decidí abrir más vías, para ponerme a prueba, para averiguar dónde, con qué forma de expresión, me encontraba mejor.

P. ¿Y por qué línea decidió apostar?

R. Cuando digo investigar quiero decir partir de cero. Yo soy partidario de que la teoría venga después de la práctica, como una consecuencia. Lo contrario es muy peligroso. Cuando la teoría precede a la práctica es fácil caer en dogmatismos.

P. ¿No es arriesgado partir de cero teniendo una carrera asentada como la suya?

R. Claro que es un riesgo. Pero yo creo que el riesgo es la base del trabajo de un arquitecto. Los mejores proyectos que conozco son aquellos que han estado a punto de caer en el desastre. Hay que asumir riesgos si quieres avanzar. Hablo de riesgo intelectual, no de riesgo físico. Utilizar materiales más allá de sus posibilidades es peligroso. Eso puede producir imágenes impactantes, pero no verdadera arquitectura. Los edificios han de durar.

P. ¿Qué le abrió los ojos?

R. Tres circunstancias: sentí la necesidad, estaba rodeado de un equipo que me permitía investigar y teníamos encargos que requerían respuestas nuevas. El jardín botánico de Barcelona era uno de ellos. Empecé a trabajar con proyectos que planteaban paisajes nuevos, con lugares que no existían. Y de nuestras investigaciones empezaron a nacer, con naturalidad, propuestas sorprendentes, híbridos difíciles de definir. Edificios que no eran inmuebles, pero tampoco lugares. A partir de ahí decidimos investigar más.

P. ¿A partir de la topografía?

R. De la topografía vinculada a la tradición abstracta de un lugar. Hacemos edificios que físicamente podrían estar en cualquier sitio, pero estructuralmente sólo pueden enraizarse en el terreno en el que crecen. Hemos investigado edificios aislados, paseos marítimos, espacios públicos, y ahora nos estamos centrando en la investigación de piezas urbanas. La base es sencilla: cuestionar lo establecido, pero partiendo del respeto por las tramas existentes. No queremos revolucionar, queremos innovar.

P. ¿La edad de la mayoría de sus colaboradores [parecen todos muy jóvenes] tiene algo que ver con la transformación que está sufriendo?

R. Seguro. Están aquí por algo. Hay mucha rotación, cambian a menudo y hay muchos extranjeros, gente que proviene de culturas muy diversas y que es capaz de sostener discusiones reales. No me interesa que me obedezcan, que me imiten o que me interpreten. Me interesa que me cuestionen. Ese proceder te hace ver más.

P. Le han aportado frescura. ¿Qué les ha dado usted a ellos?

R. Control. Yo estoy atento a todos los aspectos del proyecto y a la hora de ser lanzado soy el primero en dar el paso. Trabajo con jóvenes arquitectos: Xavier Martí, Joan Guibernau, Lucía Ferrater, Elena Mateu o Alberto Peñín.

P. Pide consejo además a profesionales ajenos a la arquitectura.

R. Para construir el Museo de la Ciencia de Granada sí me interesa hablar con Jorge Wagensberg, claro. Es una cuestión de rigor.

P. ¿Y eso, el contenido, es responsabilidad del arquitecto?

R. Para mí, el proyecto está en la estructura profunda, en lo oculto. Me niego a aceptar una condición epidérmica en la que el arquitecto sólo haga contenedores. Un edificio me interesa por dentro y por fuera. La piel, que es una cuestión muy contemporánea, es importante, pero sólo es eso, una piel, algo superficial.

La estación del AVE de Zaragoza, proyectada por Ferrater, José María Valero, Félix Arranz y Elena Mateu.
La estación del AVE de Zaragoza, proyectada por Ferrater, José María Valero, Félix Arranz y Elena Mateu.M. L. SÁENZ MARTÍNEZ

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