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Columna
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¿Loco, yo?

No lo pregunto, lo afirmo: usted está loco. Lo más probable es que termine usted creyendo que todo esto es una exageración, porque usted es una persona tranquila, pero se ha escandalizado cuando leía la noticia que incluía a su propio país y sus embajadas en las listas de objetivos de terroristas internacionales. Usted, que escudriñó su futuro en los posos de la última sangría de agosto, está decididamente loco. Sí, no me lea así. Ya sabemos que los locos disimulan. Se compran un perrito, se mesmerizan, y parecen personas normales en un día de lluvia. Si se les pregunta, dicen que de niños contaban estrellas, cazaban cangrejos y se subían a los árboles, como todo el mundo. Eso ya empieza a ser sospechoso.

Usted está loco. Quizás el nuevo sónar que mata ballenas nos esté afectando a todos, incluido a usted. Tal vez sea la canícula pasada, o el síndrome posvacacional. Lo cierto es que, mientras el setenta por ciento de los islandeses no duda de la existencia de los elfos, usted no cree en la veracidad del agujero de ozono, ni en los asesinatos de mujeres, ni en la cara oscura de la globalización, ni en la tortura, ni en los crímenes de Estado, ni en la corrupción de las altas esferas políticas, ni en el advenimiento de la extrema derecha. Le parece mucho más reconfortante creer en los gnomos, pero usted se empeña en negar su existencia, y, no obstante, cree en la Justicia. En el colmo del delirio, usted se pregunta si los locos no serán los otros, pero eso habrá que someterlo a votación.

La locura es un principio muy democrático, y la demencia está muy bien repartida: todo el mundo tiene igualdad de oportunidades para volverse loco, lo cual a veces parece la única solución posible. La lobotomía no es aconsejable porque no tiene vuelta atrás, y, por otra parte, los médicos opinan que a algunas personas no les hace falta. Aún así, viejos aparatos -de antigua tecnología- suplen con creces esta práctica si son terapéuticamente utilizados. Muchos insisten en que se vea la televisión -por ejemplo- siempre acompañado -por si acaso- pero aún así, el efecto doppler de la programación puede sumir a todos los presentes en un estado de desinformación total.

Llegados a este punto de alienación de las masas, es necesario subrayar que no es lo mismo estar demente que hacerse el loco. Los próceres del Gobierno español lo saben muy bien, puesto que se hacen los locos respecto a la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak, al asesinato de José Couso, al caso Prestige, y a sus conexiones con la corruptela tránsfuga, por nombrar sólo algunos temas "de interés general", que los hay más e igual de interesantes, aparte de Beckham, claro. En este mismo orden de cosas, el terrorismo, casero e internacional, se ha convertido felizmente en una herramienta persuasoria para que el ciudadano de a pie comulgue con ruedas de molino, y trague con el llamado "legado de Aznar" sin chistar. La locura siempre sirve de excusa para la locura. Todo se debe a los locos que lo han hecho posible: muchas gracias por su colaboración.

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