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Crónica:CIENCIA FICCIÓN
Crónica
Texto informativo con interpretación

Bosones de Higgs y retorno a Solaris

UNA ESTACIÓN ESPACIAL EN ÓRBITA en torno a un enigmático planeta, Solaris, un océano viviente capaz de materializar nuestros secretos más íntimos, nuestros sueños más anhelados. Un psicólogo, Chris Kelvin, es enviado a dicha estación espacial en respuesta a una desesperada llamada de auxilio. La sangre tiñe de rojo el interior de la estación. Extrañas criaturas corretean por los desérticos corredores de la nave, un vacío violado por la única presencia de Gordon, doctora en física, y de Snow, un hombre aquejado de una patente paranoia. Pronto, Kelvin notará la peligrosa influencia que ejerce Solaris en los humanos que habitan la estación: su difunta esposa, Rheya, acude solícita a su encuentro. A todas luces, Solaris ofrece a Kelvin una segunda oportunidad. ¿Sabrá aprovecharla? O acaso, ¿querrá hacerlo?

A grandes rasgos, este es el singular argumento sobre el que se articula el filme Solaris (2002), de Steven Soderbergh, remake del celebrado filme homónimo dirigido por el genio ruso Andréi Tarkovski en 1971 (basado, dicho sea de paso, en una obra de ciencia-ficción del escritor polaco Stanislav Lem), que algunos críticos han calificado como la respuesta soviética al 2001, una odisea del espacio (1968), de Stanley Kubrick. Ahí es nada...

El filme de Soderbergh poco aporta al original. Se trata, sin lugar a dudas, de una versión fallida, con contados cambios de guión, que no logra transmitir el encanto de la película de Tarkovski. Sin embargo, las tres décadas que separan ambas versiones se reflejan en un curioso cambio de naturaleza física, cuyo análisis centra la presente columna.

El reciente remake se hace eco de los cambios suscitados en el campo de la física de partículas para lucubrar sobre la extraña naturaleza de los seres que, como Rheya, se materializan de la noche a la mañana en plena estación: "Los visitantes están formados por partículas subatómicas estabilizadas por un campo de Higgs", sostiene la doctora Gordon, quien también ha descubierto el remedio definitivo para hacer frente a la pacífica invasión: "Si creamos un campo de Higgs negativo y lo bombardeamos con un haz de antibosones de Higgs puede que se desintegren".

El filme original abogaba por otro tipo de partículas, los neutrinos, muy en la onda en la década de 1960. Afirma el cibernético Snawt: "Los visitantes se componen de neutrinos", a lo que responde el astrobiólogo Sartorius (cargado de razón): "Pero los sistemas de neutrinos son inestables". Objeción para la que Snawt ha encontrado ya una explicación: "Los estabiliza el campo magnético de Solaris".

La física de los neutrinos, tal como se conoce en los inicios del siglo XXI, ofrece pocos visos de verosimilitud a dicha conjetura, habida cuenta que los neutrinos carecen de carga eléctrica (por consiguiente, son inmunes a cualquier campo magnético) y su grado de interacción con la materia ordinaria es extraordinariamente pequeño (¿se imaginan estrechar la mano a un ser así?).

Hemos analizado en anteriores entregas la física de los neutrinos, pero ¿qué hay de los bosones de Higgs? Postulados en los años sesenta por el físico británico Peter Higgs, constituyen la última pieza del complejo puzzle de la física de partículas. De acuerdo con la teoría, el Universo estaría lleno de una especie de retículo, el llamado campo de Higgs, semejante al campo electromagnético (en el sentido que afecta a toda partícula dotada de carga eléctrica que lo atraviesa), pero poseedor además de características propias de las redes cristalinas que constituyen determinados materiales sólidos.

Los físicos teóricos creen que el bosón de Higgs es la partícula que otorga masa al resto de partículas (quarks, electrones...) que integran los átomos. Una idea que parece extraída de una novela de ciencia-ficción, dado que la masa, para muchos, parece una propiedad inherente a la materia. Experimentos encaminados a la búsqueda del bosón de Higgs se han llevado a cabo en el LEP (Large Electron Positron Collider), en el CERN (Ginebra) y en Fermilab (Chicago). Para ello, se producen colisiones de alta energía, en las que podrían darse las condiciones necesarias para la formación de un bosón de Higgs.

Sin embargo, el Higgs se desintegra en una minúscula fracción de segundo, por lo que los esfuerzos se centran en el análisis de los productos de su desintegración. Hasta la fecha, el Higgs se ha mostrado extraordinariamente elusivo, pero con el futuro desarrollo de dispositivos más y más potentes, como el LHC (Large Hadron Collider), que se prevé que estará operativo en el CERN en el año 2005, los físicos esperan encontrar este santo grial de la física de partículas. ¡Buena caza!

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