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Crítica:QUINCENA MUSICAL DE SAN SEBASTIÁN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Berlioz, en compañía de Buñuel o Pabst

Las orquestas periféricas españolas ya no se intimidan por nada. Se miden con solistas de prestigio, se atreven con sinfonías de campanillas o acompañan sus interpretaciones con imágenes de cine mudo. En la Quincena de San Sebastián, la sensibilísima pianista portuguesa María João Pires tocó con la Sinfónica de Euskadi el cuarto concierto de Beethoven, mientras que el bilbaíno Asier Polo mostró su madurez con la Sinfónica de Galicia en el Concierto para violonchelo número 1, de Saint-Saëns.

La Décima de Shostakóvich fue resuelta con mucho fuste por Gilbert Varga al frente de la centuria vasca, y la Sinfonía fantástica, de Berlioz, tuvo un planteamiento de una brillantez insólita por parte de Víctor Pablo Pérez. Es muy sano este desparpajo de nuestras orquestas.

La mayor osadía venía, en cualquier caso, del acompañamiento con imágenes de la sinfonía de Berlioz, una selección de materiales de más de medio centenar de películas mudas, realizadas entre 1910 y 1929, para ilustrar el argumento de la Fantástica, entre las que estaban Metrópolis, Nosferatu, Fausto, La caja de Pandora, Un perro andaluz, El gabinete del Doctor Caligari, o París, que duerme, por ejemplo, de autores como Fritz Lang, Murnau, Pabst, Luis Buñuel, Wiene o René Clair, servían de telón de fondo a unos sonidos sabiamente expuestos por la Sinfónica de Galicia y su director.

La producción corrió a cargo de Morgan Creativos y, bueno, en general, gustó al respetable. Eran aisladas las voces que se lamentaban de que las imágenes distraían la atención de la música. La idea de partida es atractiva, aunque me da la sensación de que se han quedado a medio camino con la aplicación de los motivos cinematográficos tan al pie de la letra de los musicales.

Tal vez una relación más dialéctica y un poco menos ilustrativa habría sido más enriquecedora, pero lo presentado tiene su interés y abre un camino para exploraciones artísticas interdisciplinares que pueden repercutir de inmediato en la captación de nuevos públicos.

Lo que no ofrece discusión, sin embargo, es la sensacional dirección de Víctor Pablo Pérez y la portentosa respuesta (músico a músico, sección a sección) de su orquesta gallega: sonidos contrastados en una dinámica amplísima, tan inmaculados en los pianísimos como brillantes sin perder la nitidez en los fortes; diálogo equilibrado entre todas las secciones; calidez de la cuerda y virtuosismo del viento. Y una dirección serena, contenida, imaginativa, con un punto de audacia. Esta orquesta es oro puro si se la dirige bien. El éxito fue inenarrable y no tuvo nada que envidiar al de Juan Diego Flórez del día anterior.

Un pequeño apunte para concluir estos comentarios desde San Sebastián. Un día perdido, en la sala de cámara del Kursaal, escuché al cuarteto Los Romero, haciendo desde Albéniz a Boccherini, pasando por Las bodas de Luis Alonso, de Jiménez, en transcripciones para conjunto de guitarras. Quiero dejar constancia de que fue un concierto con un encanto especial y unas cotas interpretativas altísimas.

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