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Columna
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Volviendo al cole desesperadamente

Ibarretxe inaugura mañana el curso político y lo hace bajo el signo de Marte. Nunca antes el Planeta Rojo había estado tan cerca como el otro día. Bueno, sí, hace 60.000 años, pero entonces no había vascos. Hoy que los hay no se pudo ver el Planeta Rojo por culpa de las nubes. No importa; como vamos a ser pueblo aquí estaremos cuando se acerque otra vez ya sea dentro de tres siglos o de seiscientos. Porque ésa es la voluntad de nuestro lehendakari, que ya no se conforma con tener plan, sino que quiere elevarlo al rango de ley en octubre para no aumentar la confrontación, ¿o era la crispación? Y es que Marte es lo que tiene, marcianos, digo, que lo pone todo bajo el signo del enfrentamiento.

Así que mientras Ibarretxe practica las artes marciales, sus amiguitos se apuntan a otras disciplinas -con perdón- de las muchas que ofrecen los kioscos, pues ya se sabe, comenzar el cole y salir fascículos como churros es todo uno. Begoña Errazti, por ejemplo, ha escogido La Botica de la Abuela (Cínica) cuya primera entrega contra la quebradura le ha enseñado a proclamar que la ilegalización de Batasuna no ha servido para nada, la prueba es que pueden hacer manifestaciones y nadie les hecha del Parlamento. Aunque para cinismo el de su colegui Josu Jon, que desde el fascículo de macramé ha podido bordar sin sonrojarse que la prohibición seguida de la no disolución de las manifestaciones batasunas se ajustaba a la proporcionalidad. Será a la proporcionalidad inversa: cuanto menos se quiere más se permite.

Lo que nos lleva a la procelosa numerología, afición a la que se ha suscrito cierto profesor de Ciencia Política que, imbuido por el prejuicio de que no hay verdadera ciencia si no es matemática, ha hecho unas virguerías con los números que para sí las quisiera Ramanujan. La cosa se perpetró en un periódico vecino con la excusa de demostrar con las cifras en la mano que el lehendakari tiene razón con su plan y sus deseos de consulta. Todo consistía en partir de una premisa no matemática, sino obvia: el vasco, lejos de ser el pueblo que danza a un lado y otro de los Pirineos o de ser un amante de los langostinos de Ibarra, es aquel que tiene que decidir. Admitida la mayor, el resto se resuelve en un pispás no exento de emociones aritméticas.

Como la del error que comete cuando al sumar el 25% de los que priorizan con la del 25% de quienes exclusivizan su identidad colectiva vasca le sale un 54% y no el 50% admitido corrientemente. Aceptemos que un 4% arriba o abajo no va a misa y que no hay que tener en cuenta que lo de priorizar no significa, o no seguramente en todo ese 25%, que se desee dejar de ser españoles, porque falta lo mejor. El fogoso pedagogo coge las resultados del Euskobarómetro -el pozal de sus datos- y los retuerce como una arpillera para que el 34% de los tibios que se sienten tan vascos como españoles se convierta por lo menos en un 22% de afectos a su tesis mediante la añagaza de considerar que si sienten ambas identidades no ha de ser desdeñable la proporción de quienes se sientan más bien vascos, o sea adictos al decidir. De modo que si al 54% de monolíticos le añadimos un 22% de tibios obtenemos un irresistible 76%.

Conclusión que se puede refrendar sacándose otra adición de la manga. Dado que hay un 33% de independentistas, un 32% de autonomistas y un 34% de federalistas no hay más que adoptar la cautela de no coger completa la cifra de autonomistas, pero sí la de federalistas, porque federarse implica decidir (poco le importa al maestro que quieran decidir otra cosa, ¿acaso los EE UU están compuestos de naciones-estado?), y sumarlo todo pues sumar peras con manzanas siempre sea sumar. Así que con el 33% de independentistas, el 34% de federalistas y un razonable 10% de autonomistas volvemos a obtener el ansiado 76% de vascos que tienen ganas de decidir o sea que están deseando que Ibarretxe someta su plan a referéndum como agua de Marte, el planeta que nos verá como pueblo dentro de 60.000 años o, lo que es lo mismo, el resultado de multiplicar 76 por 87,78 y luego por 9, o sea por los 7 herrialdes más Francia y España. ¡Me vuelvo al cole!

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