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Crónica:GRANDES BARRAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

La muerte de la barra

El gesto profesional -seguro, ni rápido ni lento- del miembro de la cuadrilla que armado de un simple palillo da un paso adelante, se instala ante el plato que contiene la ración a compartir, y de un hábil arponazo se adjudica la cuota que le corresponde para, acto seguido, en otro movimiento mimético del anterior, pero en sentido contrario, reincorporarse a su lugar ante la barra, estamos a punto de no volver a verlo nunca jamás.

Tardaremos poco en ir de funeral, el enfermo está grave de consideración, y si nadie lo remedia -que no va a hacerlo- el final de las barras está próximo.

Como lo diría Pla: es un hecho constatable, incontrovertible: la barra de bar actúa en la actualidad únicamente como momentáneo entretenimiento para lo que ha de llegar, pero nunca alcanza su fin social, que era precisamente ser un fin en si misma. Los parroquianos se acodan en la barra a la espera de la mesa que los convierta en más sedentarios todavía de lo que por múltiples circunstancias están condenados a ser.

La barra se ha convertido en un apoyo -mueble o inmóvil- donde comer para alimentarse, pero ha dejado de ser el elemento lúdico de convivencia que fue en los últimos siglos. Se veía venir, las gentes habían perdido el respeto por las barras y las formas que eran propias para su uso. No ya solo en la postura -o apostura- ante el mármol o el zinc, o la madera, o el estaño, también iba desapareciendo el juego que se desarrollaba en su entorno. Como en las comidas campestres la educación se echaba de ver en la barra: todos los contertulios y consumidores alrededor del plato que contenía la mínima sustancia consistente, todos pendientes de quien no cumplía con el sagrado precepto del paso adelante-paso atrás, después de haber ensartado la alícuota ración.

Esta, pequeña y proporcionada al uso al que se había destinado, el entretenimiento o el aperire, que decían los italianos cuando bautizaron con el nombre de aperitivo a aquellos amargos brebajes que abrían el apetito. La barra moderna nace con vocación de vermú, y luego se le van adicionando utilidades que siempre están en función de la rapidez, de la velocidad para comer poco y a destiempo -o contratiempo-. La banqueta donde se instalan algunos modernos está reñida con el corro de los amigos o amigas, con la posible incorporación de contertulios o conbebedores recién llegados, o unidos al grupo principal desde los grupúsculos formados con anterioridad al momento oportuno, la mayoría de las veces por la presteza en acudir a la sacrosanta cita de antes de comer o de cenar.

Quizá tratamos de una barra que no ha sido habitual en la Comunidad Valenciana ni en los tiempos de mayor vigencia de la misma en el resto de España. La forma de vida, la separación -a veces de kilómetros- entre los locales ha logrado -desde siempre- que no se haya utilizado el bar, y por tanto la barra, como lugar de encuentro donde comentar las últimas noticias político-futbolísticas, antes taurinas.

Pero aquella otra que se introdujo entre nosotros, la que superaba el vermú y el aperitivo, y se convertía en alternativa a la comida tradicional, también se pierde. Si exceptuamos reductos como Alicante, en que la invasión de los turistas del interior fuerza a conservar las cosas como ellos las prefieren, los demás han optado -seguro que por exigencia del público y la razonabilidad de sus cuentas de resultados-, en adosar a la barra -grande o pequeña- un sinnúmero de mesas, por lo que se llega al restaurante sin cumplir los sagrados preceptos del mantel y servilleta de lino, como antes era concebido.

Los reportajes realizados y publicados este último mes, quizás no tengan otra utilidad que entresacar los restos de donde sólo hay naufragio. Y esto lo afirman sus principales protagonistas, los taberneros, los últimos mohicanos de la barra.

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