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Columna
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Citas y aplazamientos

Si hubiera ido Churchill a la cita con Hitler en vez de Chamberlain probablemente los acontecimientos no hubieran cambiado demasiado, pero el Reino Unido no hubiese creído que la paz era posible. Chamberlain volvió al aeropuerto de Londres con su paraguas y su bombín diciendo que no habría guerra, se dejó engañar por Hitler porque quería ser engañado y dejó a sus conciudadanos desprevenidos ante lo que les venía encima. A Churchill no le hubiera pasado eso; luego le tocaría llamar al pueblo británico a las lágrimas, a la sangre y al sacrificio porque los bombarderos alemanes surcaban los cielos londinenses.

Que quede claro que Ibarretxe no es Hitler, la Alemania nazi tampoco es Euskadi, aunque haya bandas consentidas campando libremente, manifestándose y amenazando a los desafectos. Aunque todos los nacionalistas quieran cargarse la única Constitución decente que hemos tenido tampoco es lo mismo. Tampoco Hitler tuvo un Goering que ante una visita se le ocurriera descalificarla como solamente estética para chafarla. En Euskadi sólo hay algunas cosas que recuerdan aquello, y la visita de Chamberlain no se puede comparar con la de Zapatero. Falta el Goering que la descalifique.

Zapatero significa el optimismo (algo menos que Odón), a la paz por el diálogo, todo el mundo bueno hasta el nacionalismo. El problema, si quiere hacer creíble que no está de acuerdo con el plan Ibarretxe, es que va a tener que usar calificativos y expresiones muy duras y groseras después de haber llamado al presidente del Gobierno cobarde, o comparar la crisis de Madrid con el golpe del 23-F. Tendrá que decir algo muy gordo para hacer creíble su rechazo al soberanismo visto el lenguaje que ha empezado a usar para otras cuestiones. Máxime cuando el PNV, y el propio Arzalluz, le está haciendo el flaco favor de declarar que el PSOE ya no es lo que era ante el plan soberanista.

Y dicho esto, de repente, al PNV y a Ibarretxe les da un ataque de lucidez y empiezan a decir que son necesarios apoyos para sacarlo adelante... Todo el mundo mira hacia un solo lado. Hasta Ibarretxe padece un aparente ataque de prudencia y miembros allegados de su partido declaran que no va a llevar el dichoso plan inmediatamente a un referéndum, que antes hay que observar el panorama político de España tras el carrusel de elecciones que se prevén, para jugar, como siempre, con unos y con otros.

Pero, aunque el retraso del referéndum suponga un suspiro de alivio, lo más grave se va a dar, que es la presentación de una propuesta confederal con derecho a secesión, claramente ilegal, acompañada, además, de actos de rebeldía, como el de la Mesa del Parlamento vasco. Será como la presentación de la niña; la boda queda para después.

Si alguien en ese mismo pleno parlamentario de presentación del plan no avisa de que la propuesta no ha lugar, no tiene sentido, por su contenido ilegal, por carecer el lehendakari y el Parlamento vasco de competencia para tratarla (que la lleve al Senado) y pasa como si tal cosa, el PNV estará ganando ya la cota de la soberanía. Una vez presentado ya sólo es cuestión de tiempo, no son necesarias las prisas, sólo la propuesta ejerce de fermento en la sociedad vasca, y a la espera de que el deterioro de la política española lleve a algún partido a considerar que nada hay sagrado incluida la Constitución.

Asumido por parte de algunos lo de las lágrimas, sangre y sacrificio, no crean que a éstos les preocupa la unidad de España por un arranque de emoción tradicionalista acompañado por los sones de Suspiros de España cantado por la malograda Imperio Argentina que nos acaba de abandonar. A esos algunos les preocupa porque la unidad del Estado, resultado de la voluntad democrática de la nación conseguida en 1978, es un enorme logro civilizador, y alguien se lo quiere cargar para devolvernos a las cavernas. No importa tanto el desgaje de la unidad en sí, importa por la vuelta al negro pasado que supone para el ciudadano de a pie. Pero no hay conciencia de ello, y queda muy poco sagrado ante tanto sectarismo partidista.

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