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Reportaje:

Woody Allen vuelve a remover dentro de sus obsesiones íntimas

La película 'Anything else' abre la 60ª edición de la Mostra de Venecia. El cineasta neoyorquino adopta una forma insólita al abordar su viejas cuestiones. Nuevamente el festival adolece de una desmesurada carga de películas en competición.

Anoche arrancó en el Palazzo del Lido veneciano la 60ª edición de la Mostra, el más antiguo de los grandes festivales internacionales de cine. Fue uno de esos arranques brillantes en los que se oye chirriar por debajo de las luces el óxido acumulado en la vieja maquinaria organizativa de la Bienal de Venecia, en cuyo marco se celebra este gran festival, cuya grandeza lleva unos años pasando por horas bajas y no parece que éste vaya a levantar cabeza, aunque cuente con el impulso de un nuevo director experto en mover estos complicados tinglados -llenos de ficciones y escaparates en los que cine-arte y cine-industria se funden y, por ello, confunden- como es el suizo Moritz de Hadeln, que durante casi dos décadas estuvo al frente de la Berlinale.

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Aunque no lo parezca, es una comedia. Pero no es una comedia delirante ni procedente de una idea loca, sino una comedia seria
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El centro del escaparate lo ocupó anoche el cineasta neoyorquino Woody Allen, que desde hace 10 años se ha valido de la Mostra como puerta de entrada infalible a las pantallas europeas, que son las que -mientras en Estados Unidos le dan la espalda- sostienen el ritmo de un largometraje por año en que se traduce la fertilidad de la inventiva del cineasta de Manhattan. El año pasado, Allen rompió su encuentro anual con Venecia e hizo el estreno europeo de su filme Hollywood ending en el Festival de Cannes, donde rompió también su costumbre de no dejarse ver en los estrenos de sus películas. Su presencia en la Costa Azul alcanzó rango de gran noticia a este y, sobre todo, al otro lado del Atlántico, en su propia tierra, que generalmente le ignora.

Parece probable que haya sido este paseo triunfal lo que haya movido a Allen a reanudar -tras la deserción del año pasado, que aquí sentó muy mal- su larga contribución a la caja de resonancias de la Mostra. Y ésta añadió anoche otro estreno más, el de Anything else, del irresistible último tramo de la obra del cómico estadounidense. Allen vuelve aquí la vista atrás; pasa por encima de su largo refugio en patrones de comedia clásica como los que usó magistralmente en Balas sobre Broadway, Asesinato en Manhattan y El escorpión de jade; y adopta un tono sereno, nada enloquecido, suave, equilibrado, casi comedido, que a la protagonista del filme, Christina Ricci, le recuerda, y no anda descaminada, al de dos esenciales obras de la primera etapa del cineasta, Annie Hall y Stardust memories.

El propio Allen deja caer con cautela una idea similar. Aunque es reacio a hablar de sus películas y menos a hacer juegos de palabras comparativos entre ellas, Woody dijo a propósito de Anything else que, "aunque no lo parezca, es una comedia. Pero no una comedia delirante ni procedente de una idea loca, sino una comedia seria". Lo cierto es que viéndola se llega a un fácil acuerdo con esa mirada del creador sobre su criatura, porque hay auténtica seriedad, incluso cierta gravedad, en el poroso, sereno, nada chistoso ni estridente, juego entre un viejo y fantasmal medio escritor y medio pedagogo (Woody Allen) que da lecciones de ciencia y arte de amar a un joven y brillante escritor (Jason Biggs) que, por seguir los consejos de su maestro, va dando tumbos de catástrofe en catástrofe hasta ganarse a pulso el abandono final de su amada (Christina Ricci).

Vuelven en Anything else a asomar -tras los filmes vitalistas y vivificadores que rodearon y que siguieron al proceso de demolición mutua en que se convirtió el matrimonio del cineasta con la actriz Mia Farrow hace cosa de una década- las heridas abiertas de las obsesiones con que Woody Allen alimentó el duro y rico subsuelo pesimista de sus películas precedentes, desde Annie Hall a Delitos y faltas y Maridos y mujeres, en las que late la tragedia bajo la comedia y el puñetazo de amargura bajo el chiste cínico y desvergonzado. Es por esto razonable pensar que Woody Allen abre ahora un lugar de encuentro entre la primera y la segunda zona de su larga filmografía. Él mismo dijo hace unos días que no ve tanta diferencia entre tales zonas como han visto algunos de quienes las han estudiado detenidamente. Y Anything else puede ser el territorio donde se anuden de manera indiscutible los flecos de esa escisión.

Se puede tildar Anything else de abstracta, de lineal, de algo discursiva y de carente de un bien trenzado entramado cómico. Pero esos reproches, aunque tengan algún fundamento aparente, son en realidad la fuente de la calidad del filme, de su rara calidad, que es su esencialidad, su sorprendente austeridad, su condición cercana a un reportaje desnudo de un desdoblamiento interior, el de un hombre joven que es adiestrado en el amor por un viejo maestro del fracaso amoroso. Y esta extraña paradoja que gobierna Anything else es lo que invita a interpretarla como un enfrentamiento de dos personajes en clave de secreto espejo autobiográfico, pues ambos serían el mismo, el propio Woody Allen. Pero éste lo niega en redondo: "La película no trata en absoluto de mí. Trata del amor y de Manhattan". Pero eso es lo que este escurridizo y empedernido contemplador de sí mismo ha dicho siempre de todas sus películas cuando las acusaban de parecerse demasiado a él.

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