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Columna
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Envidia

Sigo las investigaciones sobre la muerte del científico británico David Kelly con una vieja y casi olvidada sensación de envidia. El complejo de inferioridad ante los países civilizados forma parte de la educación sentimental de muchos españoles que no nos sentíamos identificados con el orgullo costumbrista del viva Franco, somos diferentes y aquí sólo protestan los malos patriotas. Aspirábamos a vivir en un país normal, con ámbitos comunes de discusión respetuosa, y la transición española no sólo significó la conquista de libertades políticas, sino la consolidación de una esperada normalidad. Los que carecemos de instintos nacionalistas sólo nos sentimos orgullosos de nuestro lugar de origen cuando no tenemos motivos para envidiar a los países civilizados, en los que la gente puede hacer su trabajo, y los jueces son jueces, y los fiscales son fiscales, y los periodistas son periodistas, y los políticos son políticos, y las comisiones de investigación sirven para investigar. Antes de que muriese Franco existía ya una ciudadanía española dispuesta a ser normal, y la transición política permitió, entre otras cosas, que esta ciudadanía pudiese vivir sin complejos. Pero creo que muchos españoles hemos vuelto a sentir el peso de la humillación nacional al comparar las situaciones de Blair y de Aznar, los trabajos de la BBC y de TVE, la claridad minuciosa del juez Brian Hutton y las estrategias jurídicas del PP para evitar investigaciones o para convertirlas en un esperpento. Parece como si estuviésemos recorriendo un camino de vuelta, una transición a la contra. La opinión pública es desplazada por una inercia oficial de mentiras, insultos y argumentos demagógicos. El presidente de Gobierno ya no duda a la hora de hacer cómplice de terrorismo y de la destrucción de España a todo el que le lleva la contraria. Entretenidos con el debate sobre el sucesor de Aznar, se nos olvida discutir sobre su herencia política, las reglas que impone al sucesor. Y su herencia es una democracia convertida en demodura, porque ha hecho a la contra el mismo trabajo de los políticos que empezaron la transición convirtiendo la dictadura en dictablanda. Su política ha convertido al PP, a este país y a su opinión pública en una subcontrata. Uno siente otra vez vergüenza y envidia de los británicos. Aquí, además, no se suicida nadie.

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