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Columna
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Larroque al contraluz

La exposición de Ángel Larroque (Bilbao, 1874-1961) en el Museo de Bellas Artes se ha visto asaeteada por comentarios bastante peyorativos respecto a la calidad pictórica de las obras exhibidas; e incluso se ha puesto en duda la oportunidad de llevarla a cabo. Pienso, por el contrario, que es sumamente notable el trabajo de investigación en torno a la obra de Larroque que ha realizado el comisario de la muestra, Javier González Durana. Como es loable su disposición por rescatar del olvido a uno de nuestros artistas vascos de la generación de los Arteta, Zuloaga, hermanos Zubiaurre, Maeztu, Arrue, entre otros, continuadores de la generación anterior que encabezan Guiard, Losada y Guinea.

Dado por más que bueno el hecho mismo de presentar la exposición, llega la parte criticable. Por ejemplo, los bodegones, pintados por las manos de un Larroque con setenta años largos. Son apelmazados, torpes, sin gracia alguna, carentes de matices. Como carecen de matices los paisajes: falta aire en sus atmósferas, las montañas, los llanos, los caminos y las casas son de cartón piedra, y en cuanto a los árboles, no parece que se hayan posado en ellos pájaro alguno.

Los retratos sociales merece un análisis aclaratorio. El que fuera, como era, uno de los retratistas preferidos de la sociedad bilbaína de su tiempo no es garantía de nada. Antes bien, posiblemente esa preferencia sea origen de su estancamiento como pintor. Los retratos por encargo conllevan un peligro enorme, porque el artista se ve sujeto a idealizar el modelo, aguapándolo, además de situarlo dentro de un ambiente elegante, sofisticado, con vestidos -si el modelo es femenino- de vaporosos encajes y demás tisúes. Una de las pocas excepciones se da en el excepcional retrato de Ramón de la Sota, un venerable anciano de noventa años, fechado en 1908. Como no se siente obligado a idealizar el modelo, puede desarrollar mejor su oficio de pintor, hasta alzarse a gran altura.

Ahora bien, el defecto más ostensible reside en la falta de un estilo propio. En sus obras podemos ver demasiadas influencias, rayanas con el mimetismo. La lista es amplia: pongan los nombres de Velázquez, Murillo, Goya y Zuloaga, más luego, en buena parte de los retratos femeninos, añádase Reynolds, como en el costumbrismo de temas vascos recuerda a otros de su generación, en especial a Arteta. Hay que valorar las dos obras suyas de tema apacible e íntimo que datan de 1895, como destaca la obra de tema pesquero de 1905 gracias al sutil juego dramático de luces y sombras impostado. Bienvenido, Ángel Larroque. Por ti discutiremos de arte. Gracias por ello.

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