La música inyecta vida en el pueblo 'fantasma'
Un concierto con partituras de Giya Kancheli llenó ayer de gente Imber, un pueblo que fue confiscado en vísperas de la II Guerra Mundial por el Ejército británico para adiestrar a sus tropas
La vida en Imber se quebró en noviembre de 1943. El Ejército británico reclamó el bucólico pueblo del llano de Salisbury, donde se alzan las piedras de Stonehedge, para adiestrar a las tropas en lucha callejera. El centenar de familias desalojadas jamás regresaron a sus hogares. Carreteras y edificios, salvo la iglesia, siguen bajo control militar. Imber despertó ayer con coros y música de Georgia.
Los residentes de Imber tuvieron un mes para hacer las maletas. Sacrificaron su comunidad en un gesto patriótico en vísperas de la II Guerra Mundial. Abandonaron sus hogares, en noviembre de 1943, con la promesa de que regresarían al pueblo una vez finalizada la contienda. Pero el éxodo fue permanente. El Ejército renegó de su compromiso y sucesivos gobiernos desoyeron posteriores peticiones para devolver Imber a su población civil.
El Ejército controla los accesos y edificios del pueblo, con excepción de la ermita de Saint Giles, joya artística de los siglos XIII y XIV, que permanece bajo propiedad de la Iglesia anglicana. Una alambrada de pinchos rodea el templo y las tumbas del camposanto. Señales de tráfico con siluetas de tanques, además de innumerables avisos de "peligro, restos militares sin explotar" informan del tipo de actividades en Imber.
Este fin de semana, las tropas han desertado de su escenario de juegos de guerra. Las casas, con sus tejados de paja sustituidos por cubiertas metálicas verdes y rojas, sin ventanas y puertas, parecen una macabra construcción infantil. Las fachadas están agujereadas por el impacto de proyectiles. Hasta el solar señorial, la escuela y el viejo bar acusan huellas de las prácticas militares que también se extienden por kilómetros de colinas y valles hasta casi tocar el conjunto prehistórico de Stonehedge.
Imber es un pueblo fantasmal que sólo vuelve a la vida civil unas cuantas jornadas al año. La apertura de las verjas se celebra en esta ocasión con una partitura especialmente concebida por el compositor de Georgia, Giya Kancheli, y la interpretación del director y pianista Nika Memanishvili, el coro Rustavi y The Matrix Ensemble. El coro de niños de la Catedral de Salisbury contribuyó con sus voces en la obra de Kancheli, que anoche se reprodujo en directo por última vez en la iglesia de Saint Giles.
El proyecto, a cargo de Artangel, una organización con sede en Londres, se concebió hace tres años, el plazo de tiempo que llevó la obtención del permiso de las autoridades. "Nos enfrentamos a dos pilares de la sociedad británica: la Iglesia y el Ejército. Los militares pusieron pega tras pega, pero claudicaron dada nuestra insistencia. Ha sido un reto extraordinario. Una pesadilla con un final fantástico. Hemos reunido tres grupos incongruentes de protagonistas: Ejército, Iglesia y artistas", explica Michael Morris, codirector de Artangel.
Una reproducción fotográfica del pueblo antes de su evacuación esconde el desolador panorama que aguarda a las más de trescientas personas que se sumaron a la velada del viernes. Silencio sepulcral y miradas perplejas. Expresiones de tristeza ante una visión que se creía exclusiva de un frente urbano de batalla, en Kosovo o Georgia, pero nunca en Inglaterra. Música de películas soviéticas escapa por los huecos de las viviendas.
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