Mischa Maiski hace vibrar al público de Torroella con un intenso concierto de cámara
M ischa Maiski está dejando una profunda huella en el Festival de Torroella de Montgrí (Girona). El gran violonchelista letón entiende la música como el más poderoso vehículo de emociones y sabe transmitirlas con una pasión y un virtuosismo estremecedor. Anteanoche, en su segunda actuación en el festival, Maiski compartió escenario con los violinistas Janine Jansen y Julian Rach-lin y el pianista Ithamar Golan: juntos hicieron vibrar al público en una velada de cámara llena de energía, expresividad y belleza sonora. Arrasaron con un derroche temperamental de poderoso efecto, sin la extrema sutileza que es seña de identidad en una formación de cámara estable, pero con una clase y una exuberancia sonora que conmocionó al público.
En la primera parte, tocaron el elegante Trío número 39 en sol mayor, de Haydn, y el apasionado Trío con piano número 1 en re menor, op. 63, de Robert Schumann. Dos estilos diferentes que abordaron con una sonoridad plena, rotunda, intensa y romántica. Haydn pagó el pato, porque no sonó a Haydn. Pero lo tocaron como fieras: en el célebre rondó all'ongarese final se desmelenaron y aquello parecía la carga de la brigada ligera: aplicaron una temeraria dosis temperamental sin preocuparse por cuestiones de estilo, pero fue una gozada.
Los tres músicos se movieron como pez en el agua en las turbulencias románticas de Schumann. Golan, de origen lituano, acreditó su fama de camerista de ley, con una sonoridad brillante y siempre ajustada, limando aristas y facilitanto el diálogo. También de origen lituano, Rachlin, que toca un violín Guarnerius del Gesì "ex Carrodus", estuvo magnífico. A sus 27 años ha colaborado con directores como Lorin Maazel, Zubin Mehta, Esa-Pekka Salonen, Riccardo Muti y un largo etcétera de cotizadas batutas y famosos solistas. Tiene madera de solista y su cotización sube como la espuma.
En la segunda parte tocaron el hermoso Cuarteto para piano y cuerdas, número 3 en do menor, op. 50, de Johannes Brahms, con la irrupción en el escenario de otra figura emergente, la violinista holandesa Janine Jansen, mientras Rachlin cambió el violín por la viola. Jansen toca un fabuloso Stradivarius de 1727 y lo toca maravillosamente, con una dulzura, una sensibilidad y un virtuosismo impecable. Dará mucho que hablar.
Maiski no quiso robar protagonismo a sus colegas; les contagió su entusiasmo y lució su precioso sonido y su fulgor expresivo. Fue un concierto más marcado por la intuición que por la reflexión, espectacular y directo, lleno de explosiones temperamentales y momentos de exquisito lirismo.
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