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Crónica:ATLETISMO | Campeonatos del Mundo de París
Crónica
Texto informativo con interpretación

Paquillo alcanza la primera plata

El marchador de Guadix sólo se vio superado en los últimos kilómetros por el ecuatoriano Jefferson Pérez

Carlos Arribas

Un día, después de una carrera en la que Paquillo Fernández había derrotado a Jefferson Pérez, el granadino se acercó al ecuatoriano, ligeramente depre, le pasó la mano por el hombro y le consoló como un buen amigo. "No te preocupes", le dijo. "No se puede ganar siempre. Algún día volverás a ser el mejor". Jefferson Pérez llevaba ayer la bandera de Ecuador enganchada en el cuello como una capa y una sonrisa de oreja a oreja cuando se acercó a Paquillo Fernández, ligeramente cabizbajo. Le pasó una mano por el hombro, acercó su boca a la oreja del granadino y le consoló. "No te preocupes", le dijo el ecuatoriano. "Como tú me dijiste aquel día, no se puede ganar siempre". "Sí", le respondió Paquillo, "aún tengo tiempo para ser campeón del mundo, o campeón olímpico". Así es la cofradía de la marcha. Así se terminó el sueño de Paquillo, que madrugó para conquistar el oro por las calles de Saint Denis y alcanzó la plata, batido por un ecuatoriano que había sido campeón olímpico en 1996 y que había vuelto a la alta competición después de un par de años de descanso. Batiéndole en la prueba de 20 kilómetros de más alto nivel nunca disputada, Pérez arrebató al granadino también, y por un segundo, el récord del mundo de la prueba.

El ecuatoriano arrebató al español el récord mundial de los 20 kilómetros por un segundo
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Paquillo marchaba solo entre transeúntes de sábado por la mañana que en chándal y bicicleta bajaban a comprar la baguette. También en una acera estaba el pertiguista Serguéi Bubka. Y también bastantes españoles que no paraban de gritar "venga, valiente, vamos, vamos". Marchaba solo y muy deprisa. De vez en cuando echaba un vistazo al reloj y entonces aceleraba, como un viajero que teme perder el tren y se repite, negándose a creerlo, "llegaré tarde, llegaré tarde". Llevaba recorridos sólo cinco kilómetros y ya había reventado la carrera. Marchaba a ritmo de récord, a 3.54 minutos el kilómetro, y detrás de él una veintena de supervivientes intentaban reagruparse y recuperar fuerzas. Paquillo, por delante, siguió acelerando. Pasó por mitad de carrera en 38.38 minutos, más rápido que nuca. Detrás, a 32 segundos, pasaban Jefferson Pérez y media docena más. "Y en aquel momento, es verdad, pensé que ganaba la prueba", dijo Paquillo. "Veía que cumplía las expectativas de los entrenamientos. Quise salir a poner a todos en fila y a eliminar rivales".

Parecía aquello el recital de Paquillo. Guadix era una fiesta. Honor al hijo predilecto que tan bien y tan deprisa anda. Pero Jefferson Pérez no era de la misma opinión. Cumplido el kilómetro 12, observando que Paquillo comenzaba a marchar más torpe, que las piernas no se movían tan ligeras, el ecuatoriano apretó los dientes, colocó un cuchillo afilado entre las dos mandíbulas, clavó en los ojos una mirada de determinación, se caló la gorra y se marchó en busca del granadino. Le empujaban la clase y la decisión. Le empujaba el peso de un pueblo del que se siente héroe. "Sólo el deporte puede levantar el ánimo de los ecuatorianos, un pueblo pobre, que pasa hambre", dijo Pérez. "Yo marcho por ellos".

Jefferson Pérez es un mito en Ecuador. Es su único campeón olímpico, el único medallista del país. Cuando regresó después de ganar el oro en Atlanta, una empresa láctea le prometió yogur gratis para el resto de su vida, el Gobierno se saltó una tradición que sólo permitía imprimir sellos de correos dedicados a personalidades muertas y lanzó una serie con su imagen, y él, para agradecer a todo el país su amor y para cumplir una promesa a la Virgen, emprendió una dura marcha de casi 500 kilómetros a través de la cordillera andina desde Quito, la capital, hasta Cuenca, su ciudad. Él, el hijo de campesinos, de una madre ciega que le sacó a él adelante y a cuatro hermanos más, se mezcló con los pobres que salían en romería a la carretera para recibirlo, como si su paso fuera la llegada liberadora que llevaban siglos esperando. Ese mismo Jefferson Pérez es también un graduado en Administración de Empresas y un sabio de la marcha que se cartea con sus colegas de todo el mundo, con quienes comparte técnicas y novedades. Se entrena en las alturas de Cuenca y en la playa de Guayaquil, y de vez en cuando se escapa a Estados Unidos, donde siempre es bien recibido por el equipo norteamericano, que le abre las puertas de su centro de alto rendimiento de Chula Vista (California).

Es un crack que se lanzó a por Paquillo. A toda velocidad. En tres kilómetros le aspiró 16 segundos. Los otros 16 segundos le costaron dos kilómetros más. Era el kilómetro 17, y Paquillo, a quien su entrenador, para no desmoralizarlo, no le había querido alarmar con la progresión de Pérez, decidió levantar el pie, recuperar fuerzas ligeramente e intentar aguantar el tirón. "Pero enseguida vi que si moría intentando seguirle, soñando por el oro, podía perder la plata", dijo, juicioso, Paquillo. "Además, me pasó rapidísimo, no pude ni intentarlo. Así que para mí esta plata me sabe a oro. Porque he perdido ante un tío que me ha tenido que quitar el récord para ganarme. Cuando tú lo das todo, juegas perfectamente tus cartas y al final pierdes, cualquier puesto te sabe a oro". Y así, Paquillo, que ya es campeón de Europa, ya sabe lo que es un podio en un Mundial. "Y no vean la confianza que me da esto para los Juegos de Atenas".

El manantial de la marcha

Hace 20 años, en la fría Helsinki, el marchador catalán Josep Marín conseguía para un famélico atletismo español la única medalla (plata en los 50 kilómetros) del primer Campeonato del Mundo jamás organizado. Fue un aldabonazo de esperanza. Un botín para empezar a perder el complejo de inferioridad. Ayer, otro marchador, el prodigioso granadino Paquillo Fernández logró la primera medalla (plata en los 20 kilómetros) para un atletismo español mejor alimentado de los novenos Campeonatos del Mundo.

Es la 24ª medalla del atletismo español en la historia de los Mundiales. La décima obtenida por la marcha, que se apunta casi la mitad del total, todo un poder, una tradición que había comenzado en los Juegos de Moscú Jordi Llompart (nunca premiado en unos Mundiales) y que continuaron tras Marín, Valentì Massana, Jesús Ángel García Bragado, Daniel Plaza, Encarna Granados y, también de la generación de Paquillo, María Vasco, medallista en Sydney y aspirante hoy a un nuevo metal. Y por detrás llegan los jóvenes Márquez, Domínguez y Molina, medallista en Múnich y ausente en París por lesión. Y también está Mikel Odriozola, el donostiarra de los 50 kilómetros.

También participa hoy en la prueba femenina la barcelonesa Mari Cruz Díaz, quien en 1986, cuando sólo tenía 17 años, se proclamó campeona de Europa en Stuttgart. Se retiró a los 26 años, se casó, fue madre, y hace un par de años decidió regresar a la marcha. Y lo ha hecho a lo grande, siendo capaz de volver a la élite a los 34 años.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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