Una atleta afgana en París
En todos los grandes eventos deportivos siempre se ganan una página en los periódicos un nadador que no sabe nadar o un sprinter que corre más lento que un fondista. Normalmente representan a un país pobre al que la federación internacional de turno hace un hueco para demostrar que el deporte no tiene fronteras. Ni siquiera económicas. Ayer, una competidora tardó más de 18 segundos en correr los 100 metros, siete segundos más que la ganadora, casi 40 metros de diferencia. Corrió con pantalón de chándal largo y camiseta amplia para ocultar todas sus formas femeninas. Como sólo en su vida había salido dos veces con tacos, un juez le tuvo que explicar cómo tenía que colocar las piernas y qué tenía que hacer cuando oyera el primer aviso, y cómo tenía que lanzarse cuando escuchara el pistoletazo, que no huyera despavorida. Lima Azimi lucía el dorsal número uno, un dorsal simbólico, el de la primera atleta afgana de la historia que acude a un Mundial.
Hace tres meses en Afganistán empezaron a permitir practicar deporte a las mujeres y Lima Azimi, estudiante de segundo curso de filología inglesa en la Universidad de Kabul aprovechó la ocasión. "En la Universidad me permiten entrenarme una vez a la semana, cuando dejan entrar a las mujeres en la Universidad, pero la situación es muy difícil por culpa de los talibanes", dijo Azimi, quien agregó: "Sólo me dejan salir de casa para estudiar y entrenarme". Cuando le dijeron que iba a participar en el Mundial ella replicó que no se había entrenado lo suficiente. "Pero me dijeron que lo importante era participar". Luego tuvo que convencer a sus padres y tomar el primer avión de su vida. "Y llevaba mis zapatillas en una bolsa de plástico, pero me las dejé en el taxi que me llevó al aeropuerto de Azerbaiyán. La IAAF, entonces, me mandó con un chófer a una tienda de París para que me comprara otras. Elegí unas muy bonitas, blancas y azules, pero creo que me pasé porque son muy caras, 60 euros. En Europa no es mucho, pero en Afganistán es un montón".
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