La inevitable calle de Pedró de la Creu
Mi rincón favorito? Pongamos la calle de Pedró de la Creu, que tanto frecuento. Anagrama está situada desde sus inicios precisamente allí, en el corazón de Sarrià, con su aire de pueblo que fue durante tantos años, con cierta cachaza como de civilización preindustrial, y con la típica sobredosis de bares, tabernas, restaurantes, quioscos, farmacias, tiendecitas varias (a menudo de vida breve), agencias bancarias.
Hace siglos, en los tiempos del tranvía, éste subía por la calle Major de Sarrià (que es bien estrecha) y giraba a la izquierda adentrándose en Pedró de la Creu (antes, en el franquismo, calle de la Cruz). En el chaflán superior está una de las pastelerías Foix del barrio, donde oficiaba (o estaba expuesto) el muy ilustre poeta, establecimientos de reconocida calidad, con sus letras de hermosa grafía y una exhaustiva utilización de todo el santoral capaz de reciclarse en golosinas (y también con un servicio, digamos, nada acelerado). Algo más arriba está Casa Juana, un clásico, un ejemplo de restaurante familiar, de honesta comida casera sin sobresaltos. Otros locales populares entre el vecindario son, por ejemplo, el bar Tomás, con sus celebradas patatas bravas (Quim Monzó debe de haberse comido varias toneladas); el Coc, también propiedad Foix, un take away muy útil para los fines de semana perezosos; el bar Monterrey, otro clásico, un tanto lóbrego pero siempre abarrotado, y más allá el agradable restaurante Canet, uno de nuestros restaurantes editoriales, cuando hay poco tiempo disponible y no podemos ir a los más habituales La Venta o La Balsa, o no "bajamos a Barcelona", la fórmula de los nativos. Un foro indispensable del barrio es la peluquería mixta de Joan, fanático culé y enciclopedia futbolística, con el que cada mes, entre tijeretazo y tijeretazo, hacemos un concienzudo repaso de las desdichas de nuestro club.
Si uno se dirige a Pedró de la Creu en coche desde Reina Elisenda, bajando por Clos de Sant Francesc, debe doblar a la derecha, evitando atropellar al político Jordi Solé Tura o al guionista Gustau Hernández, viandantes habituales y algo abstraídos. Y enseguida encontramos otro establecimiento histórico, de contraseña más secreta, conocido como Las Guapas, y luego ya la editorial.
Anagrama primero estuvo, desde 1968, aún calentando motores, en un dúplex minúsculo, un dúplex bonsái, en el número 44 de una casa recién terminada, y luego en otro dúplex, más espacioso, en el mismo edificio, hasta 1987. Entonces compramos a los amigos de Editorial Crítica sus oficinas del número 58, en el llamativo edificio de ladrillo rojo construido por el arquitecto Emili Donato, quien tiene su estudio en la misma casa, toda una garantía. Un local que hemos ampliado y que, holgado y luminoso, nos alberga con razonable comodidad. Antes, la calle de Pedró de la Creu acababa precisamente ahí, en una especie de cul de sac, pero desde hace algún tiempo se cruza con la avenida de J. V. Foix (apellido gloriosamente recurrente, como vemos; el propio poeta tenía su sanctasanctórum en la paralela calle de Setantí). Ahora, por lo tanto, resulta un tanto más ruidosa, pero "la finca ha mejorado notablemente", nos consuelan los expertos inmobiliarios. Y si a uno le acometen ansias vegetales, muy cerca están los hermosos jardines de Santa Amèlia, un pequeño oasis entre el asfalto, etcétera.
¿Realmente ese tramo de calle es mi rincón favorito de Barcelona? Bueno, no es el maravilloso Pabellón Mies van der Rohe, ni la armoniosa y elegante Fundación Miró, ni esas librerías admirables como Laie o La Central, en las que tantas horas paso. Quizá me acoja, sin querer, a la máxima de Marco Aurelio: "Ama lo inevitable".
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