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Reportaje:ASTE NAGUSIA

La oreja que todo lo oye

Las comparsas han aceptado de buen grado los limitadores para controlar el ruido durante las fiestas

Iker Seisdedos

Cientos de personas se agitan a altas horas de la madrugada de la mejor manera que saben al ritmo de la música. Mana de unos grandes altavoces situados a ambos lados de una txosna sita en el Arenal. Pocos de entre los danzantes imaginan que su destino musical no depende tanto del buen gusto del discjockey como de un siniestro aparato negro de forma alargada sobre el que centellean unas luces rojas. Es uno de los 10 limitadores de decibelios que el Ayuntamiento ha colocado por todo el recinto festivo. Son la oreja que todo lo oye, el Gran Hermano que a todo atiende.

"Almacena toda la información recibida, tanto de niveles sonoros medidos como de cualquier incidencia que se produzca", advertía el consistorio a las comparsas antes del inicio de las fiestas. Los aparatos están conectados a través de un modem con un ordenador ubicado en el Ayuntamiento. Su misión es evitar el ruido excesivo y las molestias para los vecinos. Si una txosna rebasa los límites de decibelios, una brigada de inspectores se ponen en marcha y pueden llegar a precintar el equipo de sonido en cuestión.

"Hemos llegado a un acuerdo aceptable después de tres años de utilización de los limitadores", afirma Ander, comparsero e integrante de la comisión de fiestas. En la Aste Nagusia pasada, explica, el nivel se bajaba de golpe a una determinada hora y las conversaciones se podían escuchar por encima de la música. "La gente que estaba de fiesta se quejaba mucho", explica. Con este nuevo sistema, el nivel de ruido desciende por sí solo, sin la intervención de los comparseros. Un reloj marca la hora en la que bajan los decibelios automáticamente.

Es la culminación de un proceso comenzado en las fiestas de 2001, año en el que se decidió distribuir las txosnas por zonas. "Con aquello acabamos con la guerra de decibelios", recuerda Marian Egaña, directora de Cultura del consistorio. Aquella encarnizada contienda se libraba en las fronteras entre las txosnas. La música de unas y otras luchaba por triunfar a base de subir el volumen. Ahora, están agrupadas en 10 zonas y comparten un equipo de sonido y un discjockey para cada una de ellas. "Puedes pasear por el recinto y escuchar algo nítido, no la bola de sonido de hace años", opina un danzante sin dejar de moverse.

Fuera de las 10 zonas del Arenal y la calle Bailén, que disponen de limitadores, el control del resto de txosnas lo efectúan cuatro inspectores a la manera tradicional. A punto de terminar la Aste Nagusia, los incidentes han sido mínimos, reconoce Egaña. Los equipos de sonido de dos bares del Muelle de Ripa fueron precintados el jueves. La medida se mantendrá hasta el final de las fiestas.

El reloj marca las 5.00 y cientos de personas bailan un tema de Eminem. Es la hora en la que el volumen de la música se hace descender automáticamente. Nadie parece notarlo, salvo, quizá, aquellos vecinos de la zona que no hayan huido durante esta semana, en la que su derecho al sueño se ve limitado por el jolgorio de una ciudad en fiestas. Dos horas después, las txosnas echarán el cierre y se hará el silencio. Y entonces, todos podrán dormir.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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