Un mundo de posibles
Los pequeños anuncios de particulares con los más variados reclamos se multiplican por la ciudad
Un garbeo por la ciudad demuestra que los clásicos tablones de anuncios y las notas escritas en papel con bolígrafo resisten el envite de la era digital. Bares, centros de barrio, tiendas, museos o la propia calle: cualquier lugar es bueno para colgar un anuncio que puede interesar a algún transeúnte. Lo que distingue esta actividad de otras que se rigen igualmente por las más elementales leyes de la oferta y la demanda es que ésta se desarrolla sin coste alguno y sin intermediarios: una persona pone un anuncio y alguien interesado lo lee. A partir de ahí todo es posible. Vender un coche, una moto o una bicicleta, alquilar una habitación, ofrecer un puesto de trabajo o buscar compañero de viaje son los reclamos más habituales. Pero la lista de ofertas puede ser de lo más variopinta: recomendación de un bar de música latina en Addis Abeba; búsqueda de un compañero de conversación de nihongo, o la promesa de unas inolvidables vacaciones en tiendas mongolas (guers) con vistas al Aneto.
Un centro clásico de intercambio de intereses son las paredes de las universidades. La mayoría de anuncios -hasta con 20 tiras arrancables con la indicación de teléfono de contacto, con minuciosos mapas, dibujos, y en los más variados colores- versan sobre el difícil asunto del alojamiento. Se alquilan habitaciones para no fumadores, o exclusivamente para chicas, o para estudiantes que sólo hablen alemán. "Busco un sitio céntrico, y por lo que veo hay mucho donde elegir, aunque los precios son bastante más caros de lo que pensaba", explica Daniela Velloso, estudiante brasileña, mientras recorre con la mirada una pared de chapa de metal de más de 15 metros con más de 200 pequeños anuncios en la Universidad de Barcelona.
En el mismo corazón de la ciudad, en la calle de Ferran, el Centro de Información y Asesoramiento para Jóvenes también bulle de actividad frente al apartado de reclamos. El encabezamiento del tablón de anuncios reza: "Intercambios, vendo, busco, necesito", y es un hipnótico imán para curiosos sin prisa: Valerie busca compañía para ir el Rainbow Festival, Felipe reclama "chicas con buena personalidad y buen cuerpo para vender biquinis" y Germán quiere deshacerse a buen precio de su guitarra acústica, que considera "ideal para principiantes". "Llevo un rato mirando algún trabajo, y he encontrado uno de camarero que no está mal", sonríe Matt Edwards, un neoyorquino de 19 años que aspira a pasar el invierno en Barcelona.
Si Matt consigue quedarse en esta ciudad, es probable que una tarde visite uno de los lugares más libres de la misma, el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Allí, junto al bar, lugar de paso por excelencia, se tropezará con una larga pared de madera que acoge también anuncios de particulares que se mezclan con una apabullante oferta de actividades culturales, institucionales o no. Rosa busca maquetadores, periodistas y fotógrafos voluntarios para montar una revista contra el racismo, y un grupo que responde al nombre de interactivos ofrecen sus servicios para elaborar CD-ROM personales, ofertas muy acordes con el espíritu del centro.
Cada ubicación atrae un tipo determinado de reclamos y futuribles interesados. Sin ir más lejos, la tienda Altaïr es el paraíso de los anuncios sobre viajes. En un primer paso hacia lo desconocido, por cero euros podemos solicitar compañeros de ruta para ir a, glups, Sierra Leona, pedir información sobre una perdida isla del Pacífico que nos quita el sueño, encontrar un guía experimentado para patearnos Armenia o leer notas que recomiendan no usar determinadas agencias en Perú. Pero, ojo, no todos tienen por qué ser viajes dignos de los primeros exploradores: Enrique, de 60 años, quiere ir a Asturias y busca un hueco en un coche que se dirija hacia allá, aunque avisa que tiene un "perro pequeño" que le acompaña a todas partes.
Es evidente que en un sistema de intercambio tan básico, la franqueza es imprescindible, hasta el punto de que hay empresas, como determinadas inmobiliarias, por ejemplo, que imitan este tipo de publicidad que habla de tú a tú.
La inteligibilidad también es innegociable: un amigo, aficionado a rarezas callejeras, guarda como oro en paño un enigmático anuncio que reza "saco su pero a paciar". Al tipo le llevó casi un minuto llegar a la conclusión de que alguien se ofrecía para pasear el perro.
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