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Ciencia recreativa / 15 | GENTE
Columna
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La parábola del australopiteco pendenciero

Javier Sampedro

Pese a todas las atrocidades históricas cometidas en su nombre, la genética ofrece un nítido argumento contra el racismo: sólo el 5% de la variabilidad genética humana se debe a la etnia a la que pertenezca una persona. El 95% restante no son diferencias entre etnias, sino entre individuos dentro de cualquier etnia. El citado 5% da cuenta de las adaptaciones al clima -piel clara u oscura, cuerpo estilizado o compacto, mayor o menor metabolismo basal-, pero no de los rasgos intelectuales que tanto preocupan a los racistas. Muchas cualidades mentales tienen componentes hereditarias, sí, pero su variabilidad pertenece al 95% que depende del individuo y no de la etnia. Si usted es tonto y blanco, no culpe de lo primero a lo segundo.

Pero hay un corolario de lo anterior que no suele llamar la atención, y es bien curioso. La especie humana surgió en África hace poco más de 60.000 años, y desde allí colonizó el resto del planeta. Si en esos 60.000 años sólo ha dado tiempo para que las poblaciones que migraron a uno u otro lugar difieran ahora en un 5%, ¿de dónde diablos procede el 95% restante de la variabilidad genética humana? Sí, esos genes variables que afectan entre otras cosas al intelecto. Sólo parece haber una solución: esa variación la llevábamos puesta de serie desde que nació la especie. En cierto sentido no es nuestra, sino de los homínidos, de los monos y quién sabe de qué otros animales que nos precedieron en los meandros de la evolución biológica.

El neurocientífico del Massachusetts Institute of Technology (MIT) Steven Pinker afirma que la personalidad humana varía en cinco ejes principales (con todas las gradaciones en cada eje): introvertido o extravertido, estable o neurótico, conformista o experimental, apaciguador o pendenciero y premeditado o improvisador. Si no tiene nada que hacer ahora mismo, puede asignar a cada uno de esos ejes una serie de valores del 1 al 6 (por ejemplo, muy introvertido es 1 y muy extravertido es 6) para encontrar la fórmula numérica que le define. Si es usted un típico 16251, estamos apañados. Les diría mi fórmula, pero soy demasiado introvertido.

La posición que usted ocupe en cada uno de los cinco ejes, por cierto, tiene una componente genética del 40% o el 50%, más o menos. Eso quiere decir que, si uno es un pendenciero redomado, la mitad de la culpa es de sus genes, y la otra mitad es de la (pésima) educación que ha recibido. Y a eso íbamos. Porque casi toda esa variabilidad genética en los cinco ejes de la personalidad debía existir ya antes de que surgiera la especie humana, como demostramos antes. ¿No es esto curioso?

La implicación es que unos Homo erectus debían ser introvertidos y otros extravertidos, unos australopitecos estables y otros neuróticos, unos ardipitecos conformistas y otros experimentales, y tal vez habrá chimpancés apaciguadores y pendencieros, acaso gorilas conformistas y experimentales. La especie humana es una de las más homogéneas genéticamente de la Tierra, y nuestra escasa variación la hemos heredado casi por completo de nuestros irracionales ancestros. El científico británico Robert Plomin cree que incluso las variaciones innatas en la inteligencia tienen un origen prehumano. Resulta increíble, pero no es fácil escapar de los datos. Mirando a nuestro vecino podemos ser testigos de la historia natural del planeta.

¿Qué nos hizo humanos, entonces? La respuesta tradicional sigue siendo la más coherente: el lenguaje. Por supuesto, el lenguaje es mucho más que un sistema de comunicación. Es un sistema para organizar, archivar, consultar, manipular y combinar conceptos de infinitas formas, y todo ello dentro de una sola cabeza, antes de comunicarse con nadie. La tribu de la que venimos todos no era muy grande -tal vez sólo unos miles de individuos-, y su repertorio de variaciones genéticas estaba copiado de los monos. Pero esos tipos habían inventado la sintaxis, y aquí estamos.

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