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Columna
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M. Hulot en Saint Botolphs

El tórrido calor de este verano me trae a la memoria uno de los comentarios más bochornosos que pudieron oírse en las sesiones de investigación (o, en sorprendente viraje de lo público a lo privado, tirada de hilo de suciedades anónimas y limitadas) de la Asamblea de Madrid. Había una supuesta intención de desentrañar una supuesta trama, término que a los amantes de la literatura nos resulta, aplicado a esa vergüenza de especulación, corrupción y nóminas que uno olvida que cobra, cuando menos eufemístico. Pero, como si trama novelesca fuera, los oscuros vericuetos de aquellos personajes de diferente orden de importancia en relación al contexto acabaron por dotar al texto de la pátina, aun pobre, de una novela. Política o no, la historia de una familia siempre ha sido asunto literario. "La literatura, así me lo parece, acaba dando más de lo que quita", dijo John Cheever tras escribir sobre los Wapshot. Rodrigo Fresán, en su epílogo a la nueva edición (Emecé) de La familia Wapshot, que incluye en un volumen las dos novelas sobre la saga (Crónica de los Wapshot y El escándalo de los Wapshot), dice que "contar una familia es contar un mundo entero atrapado por los funcionales confines de un apellido (...) Todo esto -como corresponde en Cheever- con la inquietante fragancia de lo casi legendario confundiéndose con el vulgar hedor de lo cotidiano".

En lo que a la asamblearia familia política madrileña respecta, pude sufrir ese vulgar hedor de lo cotidiano en varias ocasiones (lo legendario, también, aunque barato), pero más que nunca en una de las intervenciones de la ínclita tránsfuga Sáez. Dijo ella, con la mirada bovina y la penosa sintaxis que la convierten en uno de esos personajes que te pasarías casi toda la novela tratando de descifrar si es tonta o se lo hace; digo que dijo ella: que venían los comunistas y, especificó, los maoístas, y que pretendían quedarse con la responsabilidad de nuestra Sanidad y Educación (lo decía como si viniera el demonio, que aquí ya vino maoísta en forma de Pilar del Castillo y acabó deviniendo ministra de Educación y Cultura, así que no sé a qué tanto temor), además de con nuestro Medio Ambiente. Aquí hizo una pausa, y cambió el gesto de espanto que le producía, no es de extrañar, la expectativa de nuestros niños aleccionados por rojos como la Pilar del Castillo prepepera por una sonrisa sorprendentemente cargada de ironía (porque extraña tal recurso retórico en un personaje que, a esas alturas de la novela, creíamos tonta, y es, sin embargo, el momento en que descubrimos que se lo hacía). Sonríe Sáez y dice con retranca: "Bueno, Medio Ambiente sí que podrían los de IU hacerlo bien". De lo que se deduce que, a pesar de los seguros efectos desastrosos que la intervención de muchas de esas sucias empresas en las que se entramaba la Asamblea (y muchas otras) producen en el Medio Ambiente, al personaje que se hizo la tonta ese tema le parece menor. Y nadie ha dicho ni mu sobre aquella bromita, a pesar de que la destrucción del Medio Ambiente será la antesala de la ¡al fin! gozosa extinción de esta vergonzante especie; destrucción de la que de momento estamos todos sufriendo sus, entre otros, asfixiantes efectos. Pero, nada, esa bobada sí, para los comunistas, je je je, qué gracioso personaje el de Sáez, parece sacado del Saint Botolphs de Cheever, que eso sí que es trama.

Así pues, en vista de que contra los crímenes medioambientales de la Asamblea poco nos dejan hacer, vayámonos, sí, de veraneo a Saint Botolphs, ese territorio mítico que, como el propio Cheever describió, es una suerte de "tarjeta de felicitaciones con un mensaje obsceno en clave". Como las fechas coinciden (entre 1953 y 1958), puede que nos encontremos por allí de vacaciones a M. Hulot, el simpático y emblemático personaje del cineasta Jacques Tati, o acaso hasta sea uno de los tíos de los Wapshot: ¿no será, de hecho, la tía Honore, conveniente y literariamente travestida? ¿No será ella ese Mon oncle, ese "agente perturbador", como lo define Carlos Cuéllar en su recorrido por la vida y la obra del cineasta (Jacques Tati, Cátedra Ed.) tan injustamente olvidado y tan afortunadamente recuperado ahora por los cines Verdi de Madrid? Salgan, amigos, salgan de la Asamblea con el tocho de Cheever bajo el brazo, prometiéndose felicísimas tardes de lectura, y háganse primero una sesión de delicioso Tati.

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