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Columna
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Hogueras de agosto

Para que el calor de agosto sea noticia de portada y cabecera se requiere al menos una de estas dos condiciones: que haga muchísimo, pero que muchísimo calor, o que los canales de la información estén secos, agostados a causa de la previsible sequía estacional. Lo habitual es que ambas situaciones se den a la par y que la sequía climatológica y la sequía informativa vengan de la mano. Cuando se produce esta coyuntura, los informadores de la televisión, con la mente sofocada por las altas temperaturas y la creatividad congelada por el aire acondicionado, no se cortan y comienzan sus telediarios entrevistando a un vendedor de ventiladores que dice que en esos días se venden muchos, y luego exhiben imágenes de niños que se refrescan en una fuente pública y de señoras mayores que se abanican en la calle y se quejan de las altas temperaturas; y entonces los locutores ponen cara de estar muy sorprendidos de que en el mes de agosto los termómetros alcancen los cuarenta grados y, para amedrentar aún más a las audiencias, insertan planos de esos termómetros públicos y sádicos que hay, por ejemplo, en la Ciudad Universitaria y que, expuestos a un sol de injusticia a todas horas, llegan a sobrepasar los cincuenta.

Pero este verano es un caso insólito. La contumaz sequía informativa de agosto no se ha producido y existen focos muy activos, zonas calientes en Madrid y en Marbella, en Irak, en Portugal y en el Real Madrid. Pero, con todo eso, el calor sigue siendo noticia, mala noticia, como la mayor parte de las que alcanzan los presuntos honores de encabezar los noticieros.

Rezaba un dicho popular, hoy desfasado y en desuso, que Madrid en agosto, sin familia y con dinero, era equiparable a Baden-Baden, ciudad balnearia alemana que fuera más célebre por sus saraos que por sus aguas termales en las primeras décadas del pasado siglo. Pero este verano hasta en Baden-Baden las deben de estar pasando canutas con el calor, porque, según los noticiarios, Alemania alcanza estos días récords históricos de calor. Lo de los récords históricos es una barbaridad muy difundida, porque un récord sólo puede ser histórico cuando ya es historia, y, si ya es historia, es que ha dejado de ser récord y entonces maldita la falta que hace recordarlo. En este tema suscribo totalmente la carta de un lector del periódico que hace unos días opinaba sobre la materia.

La comparación entre Madrid y la ciudad balnearia era una baladronada, una castiza hipérbole que usaban como autodefensa los ciudadanos, padres de familia forzados a quedarse en su casa durante el mes de agosto mientras su parentela gozaba de las brisas marinas o serranas en Benidorm o en Cercedilla. La fábula de Baden-Baden evolucionó para dar paso al mito del rodríguez, toda una leyenda urbana. El rodríguez era más fantasma que calavera, y alardeaba de sus conquistas veraniegas, no menos fantasmales, entre las que aparecía otra leyenda, más playera que urbana, pero igualmente difundida: la de las suecas insaciables que abandonaban sus gélidos fiordos y a sus frígidos cónyuges para buscar el calor, el sudor y el hervor entre los brazos peludos y varoniles de otro legendario fantoche, el macho hispánico, cuyo montaraz arquetipo encarnaba en el celuloide Alfredo Landa, que no tenía la culpa de nada.

En verano el asfalto recupera su viscosidad de chapapote bajo el sol y el género humano se guarda dentro por el calor hasta que cae la noche y la ciudad vacía se llena de vida. Como en los documentales de National Geographic, los pobladores de este desierto urbanizado abandonan entonces sus madrigueras y emprenden una frenética actividad en busca de sexo y de comida, bebida y relación. Para aliviar el infierno de los condenados del asfalto, el calendario festivo madrileño celebra a san Cayetano, santo castizo que fundó la orden de los teatinos; a san Lorenzo, que se asó en la parrilla, y a la Virgen de la Paloma, que este año viene en forma de lengua de fuego.

Al anterior alcalde le gustaba repicar en tan castizas fiestas y salir en la procesión de La Paloma con los bomberos. El nuevo edil, sin embargo, parece de los que llevan la procesión por dentro. A Álvarez del Manzano hubiera sido fácil convencerle este año para montar unas rogativas, rito procesional católico equivalente a la danza de la lluvia de los pieles rojas. Hasta el Papa ha tomado nota y se ha puesto a ello, y quién sabe si recurrirá al exorcismo para expulsar este calor de todos los demonios. Así sea.

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