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Análisis:
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

El futbolista hincha

Simeone proclamó ayer lo que ya se sabía. Que sí, que es futbolista, pero que sobre todo es hincha del Atleti. Y es precisamente ese rasgo perdido el que el Atlético ha querido recuperar con su fichaje. Es una incógnita el fútbol que le queda al Cholo, pero no su compromiso, su sentimiento, la importancia que le concede a la camiseta. Las dudas sobre esas cosas siempre están de más con Simeone. La hinchada lo sabe y por eso le quiere y le venera. Ha sido justamente lo que representa Simeone y su ole, ole lo que el Atlético ha echado en falta en los últimos años. Unos valores de los que este equipo andaba sobrado, pero que, con la bendición de los Gil, Antic se cargó a cañonazos tras el doblete. Unos valores con los que el Atlético está obligado a contar para poder competir en una élite donde su realidad económica no le autoriza a volver.

El Atlético necesita futbolistas hinchas, jugadores que sumen a sus prestaciones profesionales las emocionales, ésas que los enchufa directamente con la grada. Y ese tipo de jugadores, ahora que el romanticismo cada vez está más lejos, no abundan. El Atlético lo acusó especialmente el curso pasado, cuando el centenario, cuando la exaltación de sus sentimientos, se dio de bruces con la indiferencia de muchos jugadores. El problema no era tanto que fueran buenos o malos, sino su desapego del escudo. La afición lo denunció a gritos y el club tomó nota. O eso parecía.

Porque, sí, rescató a Simeone y su corneta y declaró sagrado a Fernando Torres, pero al tiempo tomó otras decisiones que contradecían el mensaje. Por ejemplo, rechazó la incorporación de Tote, buen jugador del Madrid, pero hincha del Atlético -se proclamó rojiblanco con tanta insistencia que tanto él como su familia terminaron por sufrir el siempre peligroso desprecio de los Ultras Sur-. También choca lo de ayer. No ya que deje volar a Mario, rojiblanco desde la cuna, sino que convierta en transferible a uno que vive la camiseta. A Movilla, el futbolista que nunca se fue de un campo sin darlo todo; el hincha que de adolescente, sin dinero, se jugaba el físico por ver a su Atleti: trepaba por una señal de tráfico, se agarraba a la barandilla del primer anfiteatro y se colaba a los adentros del Calderón soñando con que algún día sería lo que finalmente fue.

Los Gil, los Tonis, los Quilones o los Manzanos que diseñan el nuevo Atlético piden para su causa a tipos que se comprometan, que sientan los colores que visten. Pero, a la primera, no les importa utilizarlos como simple moneda de cambio [el Mallorca reclama a Movilla en la operación Ibagaza y el Atlético dice que vale]. Y así, de apelar al espíritu del hincha, al de Simeone, pasan en un minuto a dejarse llevar por el espíritu de la contradicción. Que también, las cosas como son, es muy propio de la casa.

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