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Tinto de verano | GENTE
Columna
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El dedo gordo

Elvira Lindo

Hay familias que son como una piña. Hay familias que da gloria verlas. Hay familias que hablan mucho de sus apellidos y, cuando les nace un nuevo cachorro, le analizan las partes del cuerpo: "La nariz es Pérez Pérez (repiten el apellido por si cabe alguna duda), y la barbilla, Sánchez Sánchez". Hay familias que, después de zamparse una paella y varias botellas de vino, se enseñan los pies los unos a los otros para demostrarse que todos tienen el mismo dedo gordo del pie, chato y hacia dentro, y al comprobarlo una vez más, se mean de la risa y sienten un orgullo íntimo de tener esa marca de fábrica. Podrán ir las cosas mal en la vida, piensan, pero ese dedo gordo les hace sentir parte de una estirpe. Hay familias que presumen de ser todos estreñidos o de padecer todos flatulencias, y así lo sueltan: en esta casa somos todos muy flatulentos; a nosotros nos cuesta mucho obrar. Y se enorgullecen de ello, porque no es lo mismo ser un estreñido y estar solo como un perro que ser un estreñido porque tu familia lo es desde tiempos inmemoriales. Hay familias en las que son todos feos de asustar, pero presumen de aquella abuela de belleza sin par. Hay familias que repiten todo el rato los dichos idiotas que decía el abuelo. Hay familias así. Lo respeto, pero no es el caso de la mía. Tal vez nuestro desapego venga de que mi padre no se acordaba bien de nuestros nombres cuando éramos pequeños y crecimos sin identidad. Ahora confunde a los nietos. Ellos lloran al principio, pero luego pierden la identidad y son inmensamente felices. Me acuerdo de una vez que el EPS sacaba en portada a presentadoras de televisión y mi padre me llamó para decirme: "Esta vez sí que has salido guapa, hija mía". Me costó mucho convencerle de que no era yo y aún, a día de hoy, dice: "Aquella sí que era una buena foto". En mi casa cada hermano tenemos el dedo gordo de una manera. En mi casa, no sé por qué, las tradiciones no cuajan. Por eso, me inquieté tanto cuando uno de mis hermanos me avisó de que vendría con los niños a vernos porque dice que es una tradición de todos los veranos. Yo me pregunto: ¿dónde está escrita semejante cosa? Más me alerté cuando los vi aparecer con un coche enorme del que salían una cantidad de niños y perros que, de verdad, cuando lees que en España cae el índice de natalidad y sube el índice de perros abandonados, me digo a mí misma si mi hermano se habrá planteado él solito subir un índice y bajar el otro. Yo le digo: "No tienes por qué asumir tú solo esa carga". Mi santo y yo pensamos que si supiéramos cuántas mudas habían traído en esa maleta, podríamos hacernos una idea de cuántos días van a quedarse. Ayer planeamos que él se los llevaría a tomar un helado y mientras yo registraría la dichosa maleta. Así lo hicimos, y estaba yo, contando calzoncillos y bragas diminutos, cuando oigo la voz de mi cuñada a mis espaldas. Se me salió el corazón de la órbita. Me dijo fijamente a los ojos: "Lo bueno del verano es que con los bañadores, los niños casi no necesitan mudarse, ¿no crees?". Y aquí siguen, ¿no los oyen? Están en la piscina y cantan: "Tengo chopitos, tengo ensalá y unas huevas muy bien aliñás". Es la manera en que la manada exige que les vayamos preparando la comida.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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