Como si fueran héroes
Aunque puedan parecer parte de nuestr
o paisaje, no debemos resignarnos a considerarlos como algo habitual. Me refiero a los homenajes que se realizan a personas presas por delitos de terrorismo en sus lugares de origen, homenajes que, con frecuencia, se integran en el programa festivo local, sobre todo en época veraniega. No existe objetivo alguno que para su consecución necesite como tributo la vida de un ser humano.
Por ello, algo debiera removerse en nuestro interior cada vez que semejantes personajes son recordados o paseados por barrios y ciudades como si fueran héroes. El surco de dolor que han labrado es tan profundo que no podemos por menos que tener a sus víctimas siempre presentes. Víctimas inocentes, con caras, nombres y apellidos, cuya ausencia debiera interpelarnos continuamente, porque sus vidas arrebatadas serán menos ausentes mientras formen parte de nuestra memoria.
Es tarea de toda la ciudadanía arropar a los familiares de las víctimas y extender a su alrededor una tupida red de solidaridad y afecto, que les haga sentir que la sociedad en la que viven reconoce su dolor y sufrimiento. Y corresponde a los estamentos oficiales asegurarse de que actos tan oprobiosos no tienen lugar.
Debemos cultivar el recuerdo de las víctimas con un sentido respeto por el dolor de sus familiares y no permitir que sus verdugos viertan continuamente sal en la herida abierta. Actos de homenaje en los que se jalea a quienes han actuado violentamente son absolutamente incompatibles con cualquier conciencia ética, nos denigran como ciudadanos y únicamente merecen nuestra reprobación.
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