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Reportaje:FÚTBOL | El adiós de un jugador de carácter

"Yo no dejo el fútbol; el fútbol me deja a mí"

El argentino Juan Gómez decide retirarse a los 32 años tras dos tortuosas temporadas de convalecencia, sometiéndose en vano hasta a seis tratamientos diferentes en su tobillo derecho y visitando especialistas de medio planeta

"Hasta aquí llegué, no doy para más". Tras dos años de tortuosa convalecencia, de una tardía intervención quirúrgica (le operaron el tobillo a los once meses de habérselo roto), de hasta seis tratamientos reparadores distintos, de acudir a especialistas de medio mundo empujado por la desesperación, de recaer cada vez que creyó estar curado, de sentir pánico con solo mirar una aguja, Juan Gómez dijo basta la semana pasada. Anunció que se rinde a los 32 años, que se ve incapaz de cumplir la temporada de contrato que le quedaba con el Atlético y que se retira. "Yo no dejo el fútbol", reflexiona ahora, "el fútbol me deja a mí".

Juan Gómez se va sin rencor. Sin reproches para nadie, ni siquiera para los médicos del Atlético, que de haber descubierto a tiempo que el cartílago de su tobillo derecho estaba desprendido, tal vez le habrían escrito un final diferente: "El Atlético nunca me dio la espalda a lo largo de mi lesión, pero mi comportamiento no merecía menos". Y sobre todo, Juan Gómez se va orgulloso de sí mismo: "Me fui fiel, no me podía engañar. Hice muchas cosas a lo largo de mi carrera como para terminar arrastrándome".

"Sigo con molestias, para subir las escaleras de mi casa, para caminar...; el dolor no se va nunca"
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Tomada ya la decisión y antes de convertirse en representante de futbolistas, la única preocupación de Gómez es quedar bien para la vida normal. Un objetivo que le obligará a pasar de nuevo por el quirófano. "Sigo con molestias, el tobillo me duele. Para subir las escaleras de mi casa, para caminar... El dolor no se va nunca".

Gómez permanecerá en Madrid hasta el Villa de Madrid, a final de mes. Entonces, el Atlético le entregará una placa de agradecimiento y Juan Gómez se despedirá. Luego, regresará a su Curuzú Cuatiá natal, un ciudad de 50.000 habitantes en la provincia de Corrientes, a 700 kilómetros de Buenos Aires. Allí le esperan su mujer y sus dos hijos, Esteban, de cinco años y natural de San Sebastián, y Andoni, de dos y natural de Madrid. "Ellos no pasarán las necesidades que pasé yo de pequeño, pero quiero que se críen en el país que amo. Llevo mis raíces muy dentro. Pienso volver a Argentina; pienso morir allí", dice un futbolista patriota, que lleva una bandera albiceleste en el frente y en la trasera de su coche, que siempre viste camisetas de su país para las fotos, que no le teme a la crisis que azota a su gente. "En Argentina se puede vivir siempre: está en una situación difícil, pero va a salir. Como en España no voy a vivir, está claro. Pero yo amo mis colores, mi bandera. Necesito volver a mi país".

Fue allí, en los potreros de Curuzú Cuatiá, donde Juan nació futbolista. A la familia Gómez, de clase media baja, padre herrero y madre ama de casa, nunca le faltó comida. Pero sí otras cosas. "Éramos cuatro hermanos y no alcanzaba para las zapatillas, para la ropa. Jugábamos descalzos en la calle. Terminábamos con los dedos rotos, llenos de sangre. Pero era poner una tira de trapo rodeando el dedo y seguir jugando, tal cual se lo cuento. Con una pelotita chiquita o con lo que fuera, con un balón de cuero relleno de trapo o de hierba. Donde había un espacio verde, ahí nos poníamos a jugar".

A los 17 años, Juan Gómez agarró su mochila y se fue a Buenos Aires a probar suerte. Allí ya vivía, en un motel, su hermano mayor, que le mantuvo hasta que a los 20, debutó en Primera con Argentinos Juniors. Y a los 25, ya en el River Plate y al lado de celebridades como Francescoli, Ortega o el Mono Burgos, Gómez se proclamó campeón de América. El triunfo en la Copa Libertadores le abrió las puertas de Europa, le fichó la Real Sociedad. En Anoeta, a Gómez, que siempre había actuado de central, le pusieron de centrocampista. Le costó, pero se adaptó por corazón y ganas. Antes de que Javier Clemente aterrizara en el banquillo donostiarra y el chico cayera en desgracia, se convirtió en el primer capitán extranjero en la historia del club.

Fue entonces, junio de 2000, cuando se cruzó el Atlético y el gran reto: devolverlo a Primera. "El Atlético tiene algo", dice, "se te queda muy grabado. Y sólo he jugado un año... También he arrastrado dos años difíciles que quedarán marcados. Mi conciencia está tranquila: me rompí por estos colores".

Juan Gómez empezó mal en el Atlético. Muy perdido como centrocampista y con un autogol en su estreno en el Calderón, ante el Recre. Pero llegó Marcos Alonso al banquillo, le bajó a la posición de central, y se convirtió en el jefe del equipo, que empezó a remontar el vuelo. El ascenso parecía a tiro...

Y en la penúltima jornada de Liga, ante el Sporting, la desgracia se ensañó. Una acción que el argentino llevará grabada de por vida: "Manel viene avanzando. Faggiani le mete el cuerpo, él pierde un poco el equilibrio, se le va la pelota... Cuando yo se la robo para salir jugando, Manel se tira de atrás y me cae encima. Jamás pensé que tuviera intención de romperme. Enseguida noté que era una lesión importante, la única de mi carrera. Con Manel no volví a hablar. Me lo crucé en la puerta del campo y me dijo 'qué te pasó, déjame tu móvil y te llamo'. Pero yo le dije 'nada, flaco, está todo bien. Son cosas que ocurren".

El Atlético se quedó a las puertas del ascenso en la última jornada y Juan Gómez inició su particular calvario, dos años insoportables de dolores y ansiedad. "Lo más duro fue creer que ya estaba y no estaba. Siempre faltaba algo. Yo soy muy bruto y forzaba. Nos apresuramos. También tardamos en descubrir que había que operarme, que la lesión era más que un simple esguince; que en realidad no tenía cartílago y por eso, al chocar hueso con hueso, me dolía tanto. La operación no dio los resultados esperados. Y me recorrí toda Argentina, muchos lugares, viendo especialistas. Hablé hasta con un médico finlandés. Lo probé todo. Seis tratamientos distintos. Con medicamentos y sin ellos, todo natural; con masajes agresivos, con piscina, con pinchazos... Me han contado tantas cosas que podría poner una clínica de tobillos. Llegué a hacerme ilusiones, a ir convocado un partido. Pero recaía una y otra vez. Hasta que dije basta".

Juan Gómez, en la piscina de su casa en Madrid, con su inseparable camiseta argentina.
Juan Gómez, en la piscina de su casa en Madrid, con su inseparable camiseta argentina.SANTI BURGOS

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