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Columna
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Nidos

Manuel Vicent

El velero había permanecido olvidado en el amarre. Al dar por terminada la estancia en el mar el verano pasado, dejé enrollado el foque, plegué la vela sobre la botavara, la cubrí con la capota, cerré el tambucho del camarote y regresé a la ciudad, prometiéndome, como otras veces, que cada fin de semana regresaría al barco para navegar la dulzura de estas aguas. No ha sido posible esta vez. El velero ha permanecido atracado todo el año sólo a merced de los pájaros y durante el invernaje habrá hecho gemir sus amarras en los temporales; el mástil habrá sido azotado por las jarcias en los días de viento; también habrán pasado por encima de su cubierta crepúsculos de gloria, noches suaves con estrellas muy claras, el sol más terrible y las lluvias oblicuas. Pese a tenerlo abandonado todo el año, no he dejado de pensar un solo día en este barco como si lo navegara, y ésa era mi disciplina para no considerarme un náufrago. En cada estación el mar cambia de alma. Mientras iba esquivando excrementos de perro por las aceras de la ciudad, imaginaba que en otoño por Denia pasarían los atunes bajo la luz limpia de octubre, ligeramente matizada de moscatel; el silencio de la dársena tendría una gran sonoridad y cuando las barcas volvieran a puerto se oirían las voces de los marineros celebrando las capturas. En las calmas de enero se dormiría el aire y en los bajíos de rocas, a flor de las aguas frías, se verían los rosas negras de los erizos, que después serían abiertos en las bancadas a lo largo del muelle y la gente degustaría su perfume de alga acompañándolo de un vino blanco o con una cerveza casi helada. Para mí siempre será un misterio que ciertos pájaros supieran que este año yo no volvería al barco ni siquiera en primavera. Al tiempo que me deshacía en viajes para presentar la novela que había publicado, algunos pájaros se aparearon en el velero con la furia de abril. Debieron de ser pájaros muy audaces puesto que arriesgaron mucho en el amor. Ahora he regresado de nuevo al mar y después de limpiar y poner a punto el barco, he salido a navegar con unos amigos. El garbí prometía una travesía placentera. Al izar la mayor fuera de la bocana, en la vela desplegada han aparecido dos nidos. Uno ya estaba vacío. Otro conservaba aun tres polluelos y el viento los arrebató para depositarlos sobre las aguas azules. Estando muy seguros de que este año yo no iba a navegar, los pájaros habían tomado el barco como suyo y habían usado los pliegues de la vela hibernada para su amor.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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