Roma en verano
Su referencia del lujo viajero es un fin de semana que pasó en Tarifa, durmiendo al raso en una playa. Buen comienzo para este enfant-terrible de la moda, que volverá a exhibir su originalidad creativa después del verano. Así que, a falta de tiempo para practicar el noble oficio turístico, toca saborear recuerdos. Aunque sean agridulces como los de su visita a Roma en el año 2000.
¡Mire que viajar a Roma en pleno jubileo y en agosto!
Desde luego fue un horror. Había millones de personas, cristianos con banderas cantando por las calles con megáfonos. Era imposible entrar en el metro o visitar buena parte de la ciudad. Lo más reseñable fue que el Papa hizo un exorcismo en vivo, ante tres millones de personas... claro que yo me lo perdí.
No me puedo creer que renunciase a ese espectáculo.
Sí, yo trataba de huir de la masa y me centré en la zona del Trastévere, que me encantó. Al cabo de cuatro días nos escapamos a Milán.
Una de las capitales de la moda. Disfrutaría.
No mucho, es una ciudad que no me gusta, demasiado fashion y exhibicionista. Lo mejor fue una excursión a un lago cercano, donde me bañé en las aguas más negras que he visto nunca. Daba pavor.
Siguiente escala, Venecia.
Exactamente. Y flipé, porque es fantástica. Encima se celebraba por esas fechas la bienal de arquitectura. El único pero que le pude poner a esta ciudad fue gastronómico.
¿Compró alguna figurita de cristal?
No, no soy comprador. A mí en los viajes me gusta enviarme recuerdos por correo. Por ejemplo, desde París me mandé cinco cartulinas hechas por mí con las cinco razones por las que me gustó esa ciudad: una era la entrada a un museo y una foto hecha allí con cámara desechable; otra contenía un pedazo de fieltro arrancado en el Centro Pompidou; otra era la tarjeta de una tienda de moda.
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