Memoria y confidencias
Umbría es la tierra imaginaria de la infancia. Allí donde Valcárcel, personaje, deseaba que esparcieran sus cenizas. En la isla de Alma, en la costa de Umbría. Eso en El vuelo del Hipogrifo, la novela donde Elia Barceló mostró la solvencia de su juego malabar con los géneros literarios. En El secreto del orfebre, la autora ha regresado a la patria de la niñez con un tipo maduro, callado y formal: el orfebre, y como en otras de sus novelas, aquí también hay monstruos. No criaturas de "dientes negros y podridos" y con la cara hecha un "amasijo de sangre coagulada y jirones de piel". En El secreto del orfebre, las criaturas terribles son el amor y el tiempo. Ambos acunarán cual nodriza perversa el aire de melancolía que envuelve al personaje.
EL SECRETO DEL ORFEBRE
Elia Barceló
Lengua de Trapo. Madrid, 2003
95 páginas. 10 euros
Elia Barceló (Alicante, 1957) vive en Innsbruck (Austria), donde es profesora de literatura hispánica y escribe sobre literatura fantástica y ficción científica. Es conocida la garantía de su letra en ese mundo sin límites del prodigio, lo inexplicable y lo futurible. Sagrada, Consecuencias naturales y El Mundo de Yarek son algunas de sus obras. Esta última obtuvo en 1993 el Premio Internacional UPC a la mejor novela corta de ciencia-ficción.
Orfebre es una bella palabra. Antigua y presente, por eso es también una palabra puente entre Nueva York y Villasanta de la Reina, de la región de Umbría, donde se labrarán los recuerdos y surgirán rostros y hechos para alumbrar la oscuridad de la memoria amorosa. Sí, Barceló ha escrito sobre el amor, el desencuentro y sus momentos: 1952, 1974, 1999, pero ha conjurado su letra de tal forma que la ha hecho íntima y susurrante, y su aparente tranquilidad en el acercamiento al lector no es sino para desarmarle y cogerle desprevenido, pues esta historia triste e inquietante es más de lo que a primera vista se supone: una sencilla y prudente narración sobre la imposibilidad del encuentro en la noria del tiempo.
La leyenda dice que Umbría siempre recupera a sus muertos. En El secreto del orfebre, esta región atrapa a un vivo que, todavía sorprendido, ocultará su secreto y no se permitirá sino una conversación con el lector, como si éste fuera el único y último confidente.
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