Realidad centrada

Carl Sandburg (1878-1967) fue en sus mejores tiempos algo más que un poeta. Sus actos públicos no eran lecturas de poemas al uso; eran más bien espectáculos de bardo que incluían, además del recitado de poemas propios, canciones populares cantadas con acompañamiento de guitarra y narraciones de anécdotas que contenían lo más parecido a una filosofía de andar por casa. En definitiva, Sandburg fue lo más parecido a un poeta popular, uno de esos poetas que a veces llegan a ser conocidos por el gran público. Sin embargo, la reputación de Sandburg ha caído en picado en proporción inversa a su inmensa popularidad de ayer, como si las cuestiones de fondo artísticas pasaran factura a todos los que las sacrifican por los tronos de la gran celebridad pública.

Pero en realidad Sandburg no parece tener nada que ver ni con cálculos interesados de medro estelar. Sencillamente, la suya era una poesía honesta que se preocupaba esencialmente de la gente vulgar y corriente en los primeros años del siglo XX, en la ciudad de Chicago, con un lenguaje cercano a la naturalidad (si eso existe), en verso libre claramente prosaico y comprometido con la causa de los trabajadores baqueteados y de rebote enfrentado a los infectos ricos, cuyos gestos derrochadores sirven de repulsivo contraste a la penuria de los más humildes.

La América próspera y triunfante sale aquí en buena medida malparada porque este libro muestra su cara oculta, directamente relacionada con la dureza del capitalismo que chupa la sangre a todos los que tienen que trabajar para sobrevivir. Todos esos hombres y mujeres son lo que Sandburg llama chusma, dando al término su máximo valor representativo de verdad social y ética. De la chusma nace lo verdadero, incluida la poesía verdadera, según Sandburg. De ahí esa poética de la realidad elaborada como testimonio preciso y fiel de esas vidas menesterosas (siempre nobles por serlo) y también -aunque más como telón de fondo- de la ciudad en la que viven (Chicago áspero y rudo, portuario, ferroviario y también suburbial), en la creencia de que el arte poético surge de la capacidad testimonial de las palabras dotadas de una bienintencionada tonalidad denunciadora y ética (el bien está aquí, el mal está allá). ¿Por qué ha decaído entonces la estrella Sandburg tan estrepitosamente? Tal vez porque no es suficiente para el arte los buenos sentimientos sociales y las buenas intenciones éticas, y por ahí vienen las debilidades de este libro, fundamentalmente descriptivo (monocorde en eso) e ingenuo (o esquemático o simple) en su forma de abordar la realidad social. Sobre Sandburg pesa manifiestamente el astro Whitman, también capaz de convocar en su poesía la nueva realidad social norteamericana del XIX pero sumándole otras altitudes de vuelo y significación muy superiores. Hay no obstante en Sandburg otra huella deliciosa: la poesía imaginista patrocinada por Pound, de la que hay muestras triunfantes (¿lo mejor?) en este libro.