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Herbert Hoover y el Pacto de Estabilidad

A mediados de julio, los ministros de Economía de la Unión Monetaria Europea (UME) reflexionaron sobre la anémica situación económica de la zona euro. Entonces, sin excepción, reiteraron su compromiso con el Pacto de Estabilidad, que exige a los países de la zona euro aumentar los impuestos y recortar los gastos, ejerciendo una presión a la baja sobre las economías de sus países y condenándolas a más de lo mismo, si no peor.

El pacto ha sumido a Alemania en la recesión, mientras que el Gobierno italiano lucha por revisar sus previsiones de crecimiento para adaptarlas al marco de una producción decreciente. Nada de esto parece suficiente para obligar a los dirigentes europeos a modificar sus prioridades.

Visto desde EE UU, el comportamiento de los países europeos defendiendo el Pacto de Estabilidad a pesar de los problemas que provoca es estrafalario

Visto desde Estados Unidos, este comportamiento parece estrafalario. La última vez que un Gobierno estadounidense intentó mantener un presupuesto equilibrado teniendo ante sí una recesión fue durante la presidencia de Herbert Hoover, al comienzo de la Gran Depresión. Desde entonces, en EE UU ha existido el consenso de que las tensiones económicas cíclicas exigen el uso de déficit presupuestarios para reducir el sufrimiento, estimular la demanda y acelerar la recuperación.

Los economistas llaman a estas ayudas fiscales cíclicas estabilizadores automáticos. Cuando caen las rentas privadas, también lo hacen los ingresos públicos. La reducción de los impuestos puede aumentar la renta disponible. Cuando la renta privada cae, los gastos sociales de la administración aumentan, provocando una recuperación de la demanda, de la producción, de la inversión y del empleo. La bajada de los impuestos y el aumento del gasto aumentan el déficit público, pero de manera útil.

En EE UU nadie duda de la utilidad de estos estabilizadores fiscales automáticos. Siempre que amenaza con producirse una recesión, el debate político gira en torno a si es necesario reforzarlos con estímulos adicionales. Conocemos los orígenes del Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Los países del norte de Europa -en especial, Alemania y Holanda- estaban orgullosos de la moderada proporción entre su deuda y el PIB, y de sus tipos de interés relativamente bajos. Estos países veían cómo los países del sur de Europa -Italia y Grecia eran los casos más preocupantes- tenían tradicionalmente una alta proporción deuda-PIB y unos tipos de interés nominal elevados, por su tolerancia hacia la inflación.

Los países del norte de Europa temían que el gasto deficitario del sur pudiera provocar una presión para la monetarización parcial de su deuda mediante la inflación del euro; o, más exactamente, sus dirigentes temían que los inversores, temiendo lo mismo, exigieran unos tipos de interés más elevados. El Pacto de Estabilidad estaba pensado para mantener bajas las deudas públicas del sur de Europa y, de este modo, mantener bajos los tipos de interés, garantizando a los inversores que nunca se permitiría que subieran lo suficiente como para generar presiones inflacionistas graves.

Pero si observamos los problemas económicos de la zona euro, el peligro de que haya unos altos tipos de interés nominal a largo plazo ni siquiera es elevado. Los problemas de la UE son el estancamiento de la producción, el elevado desempleo estructural, el débil crecimiento de la productividad, la derrochadora Política Agraria Común (PAC) y los futuros ajustes estructurales provocados por la ampliación de la UE.

Es bueno que los ministros de Economía de la zona euro se esfuercen por mantener bajas sus deudas nacionales: señal de que no se echarán a perder los progresos sobre la inflación alcanzados en los años setenta. Pero es peligroso obsesionarse con el pasado. No hay un camino más seguro hacia el desastre económico que ponerse las anteojeras históricas. Como bien podría atestiguar Herbert Hoover, cuando sólo vemos los problemas de política económica de hace una generación, nos arriesgamos a olvidarnos de los riesgos que tenemos ante nuestras narices.

J. Bradford DeLong es profesor de economía en la Universidad de California en Berkeley y ex secretario adjunto del Tesoro estadounidense.

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