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Homicidios busca a un joven por el asesinato del albañil de Fuencarral

Los compañeros amenazados por el agresor piden a su patrón que les cambie de obra

La policía ya tiene identificado al supuesto autor de los disparos que en la tarde del pasado viernes segaron la vida del peón Raúl Enrique León Vélez, de 27 años y nacionalidad boliviana, en una obra del distrito de Fuencarral. Se trata de Ángel Jiménez Silva, de 20 años, miembro de uno de los clanes familiares más conocidos por las autoridades policiales y judiciales de nuestra región: Los Extremeños. La policía buscaba ayer a Jiménez Silva mientras el cuerpo de León Vélez era velado por su viuda, amigos y compañeros de trabajo en el Tanatorio Sur.

León Vélez estaba casado, pero no tenía hijos. Su viuda apenas podía ayer balbucir una palabra, rota por el dolor de una muerte tan violenta y absurda. Ella es la única familiar directa del fallecido en Madrid y no ha podido reunir el dinero para repatriar el cadáver de su esposo, por lo que ha decidido enterrarlo en Carabanchel.

Los planes más inmediatos de la pareja no pasaban por tener descendencia. Habían volcado sus ilusiones en un pronto viaje a su tierra, los altiplanos bolivianos, que planeaban hacer el próximo otoño, tras cuatro años en Madrid. "Estaba como loco con sus vacaciones. Decía que ya era hora de ir a visitar a sus amigos y familiares". Quien recordaba así los últimos días de vida de León Vélez es Jaime Leonardo Espinosa, compañero del fallecido y al que en el tajo todos llaman Leo. "Raúl era muy chistoso y divertido. Le gustaba hacer bromas de todo y con todos. Incluso se metía con el jefe", recordaron ayer Leo y Carlos, otro compañero.

Raúl Enrique León era de Bolivia. Leo, de 38 años, ecuatoriano, y Carlos, de 25, de Colombia. Los tres, junto con el dominicano Roberto, formaban una pequeña confederación de inmigrantes que, entre el polvo de las obras, se daban ánimos y compartían proyectos.

Carlos y Leo no se habían sacudido en la tarde de ayer el susto de sus rostros. "Fue increíble", rememoraban ayer. "Estábamos ya terminando, limpiándonos para volver a casa. Comentamos durante un rato lo que íbamos a hacer este fin de semana, como todos los viernes. Y de repente apareció ese loco, que se le veía en la mirada. Tenía los ojos como idos", relataron. "Nos exigió un cigarro. Dos veces. La primera le dije que no tenía, con corrección, porque era verdad que no tenía tabaco. Pero la segunda vez ya le contesté mal, porque él usaba muy malos modos", añade Leo. En un ataque de agresividad incontrolable, Jiménez Silva gritó mirando a Carlos: "¡Los colombianos sois unos hijos de puta!". Y luego anunció que iba a buscar una pistola para matar a todos los presentes.

"Nosotros nos miramos extrañados, pensando que aquello era sólo la amenaza de una persona que no estaba en sus cabales", recordó ayer Carlos. Pero Jiménez Silva cumplió su palabra. Regresó y mató a León Vélez. También disparó a Carlos y a Leo. "Nos escondimos entre los huecos y maquinaria de la obra. Yo no podía ni creer lo que nos estaba sucediendo", continúa Carlos. Una bala pasó silbando junto a la pierna derecha de Leo. Una delgada línea roja de quemazón es el recuerdo que le ha quedado, consuelo de que la tragedia pudo ser aún mayor.

Los tres compañeros tienen miedo. Temen que los Jiménez Silva se ceben con ellos por una trifulca "absurda y sin ningún sentido". "No hicimos nada", reiteran. Lo dicen sin mucha convicción, defendiéndose de un enemigo al que no comprenden pero al que, después de lo visto, tienen mucho miedo. El miedo les ha llevado a rogarle a su patrón que les cambie de obra, que les dé la oportunidad de trabajar en otro lugar sin el miedo en el cuerpo de que el asesino puede volver a por ellos.

El supuesto asesino, Ángel Jiménez Silva, es el menor de tres hermanos, todos ellos con una extensa carrera delictiva. Jiménez está en libertad pendiente de ser juzgado como uno de los supuestos autores materiales de un doble homicidio a tiros ocurrido en el poblado chabolista de Las Mimbreras (Latina) el 30 de mayo de 2002. Aquel día las armas aparecieron tras una discusión por la compra de una chabola.

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