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Columna
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Maro

Leo que en las famosas calas de Maro el Ayuntamiento de Nerja quiere habilitar 270 plazas de aparcamiento. Maro ha sido durante años un sitio mítico para excursionistas en busca de pureza, paraje sin veraneantes, sin ruido humano (aunque me figuro que habrán llegado los teléfonos móviles, y casi veo a un hombre desnudo que da voces con los pies en el agua y un móvil en la oreja: "Sí, aquí estamos, en Maro, una gozada"). Puesto que Maro sigue siendo espacio protegido, la Junta rechaza la voluntad motorizadora del Ayuntamiento de Nerja y su PP absolutamente mayoritario que además cuenta con la colaboración del PA.

Veo este aviso de aparcamiento como un presagio infalible: Maro va a sufrir la gran mutación. Es un pueblo que pertenece al municipio de Nerja, pero muy suyo, según dicen en Nerja. Si los nerjeños fueron más bien gente de la mar, los de Maro eran campesinos. Aquí se les tiene por puntillosos, conservadores, molestos porque sus cuevas reciban el nombre de Cuevas de Nerja. A los entierros acude el pueblo entero, y se pasa lista mental de los vivos que faltan. Fue notoria, hace muy poco, la pelea de los colonos de Maro por mantener las tierras que los marqueses de Larios les habían cedido en arrendamiento a sus mayores. (El caso de Larios podría servir de ejemplo en una investigación sobre cómo se logró por estos parajes la propiedad de la tierra.) Larios, con la firmeza paciente que da el dinero, ha ido recuperando en los últimos años parcela tras parcela, a la vez pactando y litigando con los colonos que domesticaron estas huertas pegadas a los acantilados.

No sólo los excursionistas han aprovechado el ensimismamiento y apartamiento agrícola de las calas de Maro: el lugar fue zona de desembarco de los guerrilleros entrenados en Argel por los americanos, contra Franco, el amigo de Hitler, hace sesenta años. Como ha contado el historiador José María Azuaga, en el Molino de Papel, en el mismo sitio en que ahora el Ayuntamiento planea aparcamientos para 30 coches, existió un barracón donde los sospechosos de servir a la Guerrilla sufrían los interrogatorios de la Guardia Civil, que tenía un cuartel sobre la playa del Cañuelo, aparcamiento futuro para 90 coches más. Maro ha estado muy ligado a la historia, y sería un anacronismo que perduraran las últimas huertas, el olor a mulo y a tierra removida o estercolada que el paseante encuentra todavía cuando se pierde entre Maro y Nerja.

Yo había oído hablar de una inminente urbanización de lujo con campo de golf por encima de las Cuevas, y ahora percibo nuevas señales de la plena integración de Maro en la vida transformada por los constructores turísticos. La primera señal quizá fuera la reciente expulsión de los antiguos colonos. Los habitantes del pueblo ya vivían asimilados por el mundo de la hostelería y la construcción, y ahora será absorbido el territorio. Habrá que desprotegerlo, que recalificarlo. Será un espectáculo histórico ver cómo los animales transforman el medio donde viven y los más decididos y depredadores salen de la experiencia aún más decididos y depredadores.

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