Místico cabeza abajo
Desde nuestra soberbia occidental es difícil imaginar el nivel de vida intelectual en Bagdad hace más de mil años, que vivió bajo los califas abasides una eclosión cultural incomparable como centro de las artes y ciencias. Una idea aproximada del refinamiento espiritual de aquella época lo ofrece esta colección de poemas, el Diván del gran maestro sufí Mansur al Hallay (857-922), que gira en torno a los secretos de la unión mística del alma con Dios. "Le escribí con el lenguaje de los signos, / y en el cenáculo comprobé la pronunciación de la frase, // Un libro de Él, para Él, hacia Él, / que interpreta el desconocimiento de lo oculto". Mansur al Hallay fue un buscador imperturbable de la verdad ("La Verdad tiene un derecho indudable en la creación") y un enamorado de Dios poco ortodoxo que encontraba el sendero místico incluso en las técnicas del yoga; un discípulo le sorprendió rezando cabeza abajo. Igual de inconvencionales son sus versos. Precisas y traslúcidas son las descripciones de lo indescriptible; las metáforas deslumbran por su originalidad, y conmueven la pasión y la sutileza de las invocaciones del amado.
DIVÁN
Mansur al Hallay
Traducción de Milagros Nuin y Clara Janés
Ediciones del Oriente y del Mediterráneo
Madrid, 2003
187 páginas. 14 euros
"Las palabras permane-
cen en la costa", dice un viejo proverbio sufí, al referirse a la dificultad de aprehender con la razón la experiencia mística. A una existencia marginal están también condenados los presentes poemas, ya que carecen de un prólogo que los contextualice y prepare al lector no especializado para los juegos de palabras y las paradojas altamente abstractas del sabio de Bagdad. El texto preliminar de las traductoras resulta a todas luces insuficiente para tal propósito. En lugar de facilitar las claves de la tradición mística musulmana y del conjunto de la obra de Hallay, señala aspectos de tipo académico. De qué sirve una lista de las palabras preferidas del poeta, si se desconoce tanto su significado simbólico como la singularidad de la poesía persa de la época, cuya exuberancia y sensualidad debieron de encandilar a los lectores árabes, acostumbrados al verbo austero del Alcorán. Una deliciosa curiosidad compensa, sin embargo, esta edición bilingüe, bien intencionada, pero poco provechosa: la inserción de un capítulo del Memorial de los santos, del místico persa Farid al-Din Attar (1140-1230), que relata los méritos, milagros y dichos atribuidos al maestro, cuyos versos han perdurado a través de los siglos gracias a su audacia conceptual y su apasionamiento amoroso.
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