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Crónica:TOUR 2003
Crónica
Texto informativo con interpretación

El arte de la fuga

El pelotón atraviesa las Landas a toda velocidad y en Burdeos vence Knaven

Carlos Arribas

Como las Landas de Gascuña, de donde D' Artagnan, era una región desolada, dunas y marismas, batida por los vientos del Atlántico, salvajes, sin freno, tierras inhabitables, el ingeniero Brémontier las colonizó en el siglo XVIII plantando un millón de hectáreas de pinos, un árbol amable, agradecido, poco exigente, que con un poco de arena se conforma. Así, el ingeniero cambió la vida de las gentes de la región, que pudieron dedicarse a montar granjas, a criar hígados de oca y a saltar de pino en pino colocados por el olor a resina; y también, aunque quizás no lo tuviera entre sus objetivos, influyó negativamente en el futuro Tour, que nació 200 años más tarde. Sin pinos, la travesía obligada hacia, o desde los Pirineos, habría dado lugar a espectáculos dignos, por lo menos, de Albacete y sus abanicos, o de las mesetas castellanas, azotadas por todos los lados. Con pinos, las Landas son una carretera que es un pasillo por el que el viento o no sopla, con lo cual la etapa es un tostón, o sopla de cara, más de lo mismo pero a 30 kilómetros por hora, o sopla de espalda, que lo mismo da, pero a 50 por hora, como pasó ayer, cuando el pelotón dejó los Pirineos y enfiló hacia el norte, camino de París, desde Dax hasta Burdeos.

El ganador de la París-Roubaix de 2001 demarró a falta de 18 kilómetros para la meta
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"En los Pirineos lo que hay que hacer es gastar lo menos posible", explica Txente García Acosta -uno de los fugados de ayer- maestro en el arte de la escapada. "Así, se tienen más fuerzas para el día que importa, para el momento que más se necesitan". Txente, el mulo de Tafalla, no es el único que piensa así, evidentemente. Como él, otros 50 corredores por lo menos, atravesaron los Pirineos ahorrando lo posible en el autobús, a cola de todos, subiendo unidos y a tren, arriesgando en las bajadas, controlando el cierre de control, entablando relaciones con los aficionados de la cunetas, haciendo amigos. Subían y bajaban puertos y se animaban pensando en la escapada en la que estarían al día siguiente, en lo bien que les iría, en cómo les cambiaría la vida -o, por lo menos, un par de años de vida- si encima ganaban la etapa.

Txente y media docena más de compañeros de autobús protagonizaron una escapada atípica. Normalmente hasta que se destila el grupo de afortunados y el pelotón lo da por bueno -que es cuando el equipo del líder pasa a la cabeza y organiza un ritmo de tranquilidad-, se producen más de una docena de tentativas, de arrancadas en falso y de demarrajes-trampa. Entonces, que es, justamente el peor momento, un momento de calma en el que todos están atentos, los ojos moviéndose a 100 por hora, a cualquier movimiento. Y salta el jovencito e inmediatamente van a por él, como una jauría alborotada, 20 corredores o así. Le cogen, le frenan y se toman un respiro, que es el momento justo en el que los más viejos, los astutos que habían lanzado al niño al tostadero, aprovechan para montar su contrapié y largarse. Pero ayer no hubo necesidad de tanta técnica. La fuga se organizó en el kilómetro cero y diez volando a 50 por hora se desgajaron hacia Burdeos.

Casi todos eran colegas de autobús, especialistas de la cuestión de la escapada, pero sin que nadie se fijara -más o menos, como ha corrido en todo el Tour- en el austriaco Lüttenberger, que era el 18º de la general, se coló de rondón, lo que tuvo su importancia. Cuando el grupo alcanzó 16 minutos de ventaja se alarmó Eusebio Unzue, director del iBanesto.com, el equipo de Txente. Con esa ventaja, el austriaco daba un gran salto en la general y ponía en peligro la novena y undécima plazas de Mancebo y Menchov. Así que Unzue puso a tirar en el pelotón a Flecha y ordenó a Txente que no colaborara delante, lo que, aparte de curioso, tuvo un efecto perverso sobre sus posibilidades.

A Txente todo el mundillo de las fugas le conoce, le respeta, le teme y le marca estrechamente, no en vano ya ha ganado una etapa en el Tour y dos en la Vuelta con el mismo estilo. Y cuando le vieron racanear a cola de la escapada, aunque tuviera razones tácticas, los compañeros le pusieron una cruz. Le prohibieron moverse. Le condenó además el trazado, absolutamente plano, sin un solo repecho en que sacar de rueda al segundo. Y cuando el duro Knaven, un holandés especialista de clásicas que ganó la París-Roubaix, la madre de todas las clásicas, en 2001, demarró a falta de 18 kilómetros, pocos se movieron -sólo Txente más o menos-, pero cuando Txente intentó alcanzarlo, pocos kilómetros después, le aplicaron la ley de la fuga. Y el sorprendido Knaven ganó solo en Burdeos.

Knaven celebra su triunfo en la meta de Burdeos.
Knaven celebra su triunfo en la meta de Burdeos.ASSOCIATED PRESS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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