'De profundis'
Somos tres hermanos varones, sólo uno sigue viviendo en Jerez y nos turnamos para cuidar de nuestros padres. Mi padre, Ramón, es enfermo de Alzheimer, mi madre, Juana, padece de mieloma múltiple (ya ha sufrido dos roturas de fémur tiene los huesos débiles y el cáncer avanza: neumonía, anemia...) no anda desde hace un año. Hay que moverlos, lavarlos, cambiarles los pañales, alimentarlos, somos sus manos y sus pies.
Mi madre amaneció el domingo con una gran hemorragia intestinal. El 061 actuó profesionalmente. Serían las 11.00 cuando mi madre llegó a urgencias, en ese momento había una ocupación casi absoluta en Observación pero a ella la pasaron a la parte derecha donde había unas seis camillas, por lo que pude permanecer todo el tiempo a su lado, hubo análisis, tacto rectal, transfusión de sangre, sueros y fui informado puntualmente por un hematólogo primero y por un cirujano después. Iban llegando más y más enfermos, la ocupación era total y en el ala de transeúntes, mezclados, había doloridos, terminales (fallecieron dos personas mientras estábamos allí), alguna jovencita que se quejaba de dolor en un pecho... y la poca intimidad se conseguía a duras penas con biombos, el personal no paraba. Para entonces habían pasado a mi madre a una cama al "cuartito", con otro enfermo y su acompañante, ésta es la única habitación propiamente dicha que existe en el lugar aunque dispone de una gran cristalera. Allí pasaríamos la noche. La razón: no había camas para ingresar a nadie.
El día 14, lunes, mi madre continúa en urgencias en dieta absoluta (ni agua), a las 11.00 mandan hacerle hemograma y coagulación, la actividad ahora es frenética. Pero el turno de tarde sería peor aún: hacinamiento. Donde hay sitio para dos, se amontonan hasta cinco enfermos en sillas de ruedas y camillas, los lamentos de los enfermos, algunos suplicando algún calmante, se mezclan con las quejas de familiares. El personal es ahora insuficiente y no da abasto, tampoco hay camas en el sanatorio. Una señora debe ser ayudada por el acompañante de otro enfermo para subirlo a la camilla, otro, delirando, grita que se va de allí, y está a punto de caer sobre otra paciente amoratada por no sé qué causa, a los que seguían llegando se les colocaba en el pasillo que enlaza con Tratamientos (también a tope) frente al retrete y allí se les conectaba a los sueros que colgaban de sus perchas, entre ellos tenía que pasar yo para vaciar la cuña de mi madre. Sólo una enfermera decía: "Esto está así porque ningún familiar se queja, nosotros no podemos hacer más". Eran las 18.00 horas cuando mi madre ingresó finalmente en Digestivo.
Parece ser que hay una cuarta parte del hospital cerrada por vacaciones. También hay en curso una reclamación retributiva de los médicos por agravio comparativo con el resto del territorio nacional. Ni las dos cosas juntas ni ninguna por separado pueden justificar la indignidad a la que se somete a tantos enfermos. Ni la enfermedad ni el dolor ni la muerte entienden de vacaciones o reivindicaciones. Las dolencias de mis padres son una desgracia pero las 30 horas de locura y lo que vi me han vuelto más vulnerable. La dirección del hospital ha ideado una pesadilla más profunda que un cañón. Allí abajo me sentí pequeño muy pequeño.
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