Por fin un poco de cordura
Está a punto de comenzar el Tour de 1953. A los participantes les entra la risa cuando ven aparecer al bretón Jean Robic, vencedor en la edición del 47, con un llamativo casco de caucho de color blanco. Robic, apodado cabeza de cuero en el pelotón y especialmente propenso a caerse de la bici, intuía que la chichonera que había utilizado hasta entonces no le protegía suficientemente la cabeza. El ejemplo de Robic, un adelantado a su tiempo, tardaría muchas décadas en extenderse en el pelotón: hasta la segunda mitad de los noventa, aproximadamente.
Desde 1934, al menos 30 ciclistas profesionales han muerto por accidente de bicicleta. Dos de ellos fallecieron en el Tour. Un español, Francisco Cepeda, perdió la vida cuando descendía el Galibier en 1935. Quizás se despeñó por un precipicio o le atropelló un coche, aunque dos ciclistas que supuestamente presenciaron el accidente, Prior y Leducq, lo calificaron en declaración jurada como "una caída normal". Una de tantas. Lo malo es que Cepeda, como todos los ciclistas de su época, no llevaba casco. Tampoco Fabio Casartelli, en 1995. Su cráneo impactó contra un petril en pleno descenso del col de Aspet y Casartelli falleció en el acto. Un año y medio antes, volviendo de un entrenamiento, un camión golpeó la desprotegida cabeza del que iba ser nuestro gran hombre Tour, Antonio Martín. Por fin esta temporada, y tras la muerte de otro ciclista sin casco, Andrei Kivilev, en la París-Niza del pasado mes de marzo, la Unión Ciclista Internacional (UCI) ha establecido como obligatorio el uso del casco rígido en todas las competiciones ciclistas. Incluido el Tour, por supuesto. Un buen regalo para su centenario.
Bienvenidas sean todas las normativas de la UCI encaminadas a preservar la salud de los ciclistas: los controles anti-dopaje, cada vez más precisos, el carné de salud o el límite de hematocrito de 50%. Pero la medida más eficaz y sencilla de todas es, sin discusión posible, la obligatoriedad del uso de casco protector. Y se ha hecho esperar demasiado tiempo.
A pesar de las burlas que Robic tuvo que soportar, la medicina y los estudios epidemiológicos le darían la razón, muchas décadas después. Cada año, en los Estados Unidos se registran más de medio millón de accidentes en practicantes de ciclismo. ¡Hasta el 10% de los ingresos en los servicios de urgencias de los hospitales de ese país son por accidentes de bicicleta! Y uno de cada 200-300 accidentes es mortal, desgraciadamente. Entre los accidentes mortales, más del 75% son causados por traumatismos craneoencefálicos. De éstos, la mayoría se producen en ciclistas que no llevan casco o que llevan un casco inapropiado y que fallecen al recibir el brutal impacto de un automóvil. ¿Y si hubiesen llevado un casco rígido? Nueve de cada diez ciclistas no hubiesen fallecido ¡Cómo si no existieran métodos estadísticos para demostrar este tipo de cosas!
Los motoristas, a pesar de viajar 2 ó 3 veces más rápido que los ciclistas, sufren menos lesiones en la cabeza. Y, cuando ocurren, los fallecimientos en moto no suelen deberse a traumatismos craneoencefálicos. Más bien suelen deberse a lesiones y traumatismos múltiples. La razón: el casco que por ley están obligados a llevar. En otras palabras: el casco minimiza muchísimo los riesgos. Y no sólo de morir. También de sufrir lesiones no mortales, pero sí graves, en la cabeza: traumatismos cráneo-encefálicos, contusiones cerebrales, o incluso heridas en la cara.
Los cascos modernos, revestidos de polietileno u otro material muy absorbente, reducen a menos de 200-300 g las fuerzas de deceleración que sufren el cráneo y el cerebro cuando la cabeza golpea contra una superficie tan dura como el asfalto. Si la cabeza sufre fuerzas de deceleración de menos de 250 g, los riesgos de lesiones cerebrales crónicas son pequeños. A lo sumo, una ligera contusión y una pérdida de memoria transitoria. En cambio, los riesgos de lesiones cerebrales importantes son mucho mayores si la cabeza sufre fuerzas de deceleración de más de 400 g. Es decir, si no va protegida con casco.
Además, por muy incómodos que les resulten a algunos ciclistas, los cascos de ahora están muy bien diseñados, y poseen múltiples orificios de ventilación, por lo que no afectan para nada a la termorregulación del ciclista, no le dan calor.
Alejandro Lucía es profesor de la Universidad Europea de Madrid.
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