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De Camps y los interinos

Dicen que Aznar le ganó a Zapatero el debate sobre el estado de la nación. Luego, uno lee las respuestas de los encuestados o el fallo de los opinantes y resulta que el candidato se llevó el gato al agua en cuestiones tales como cercanía al pueblo y familiaridad con sus problemas. La clave de la contradicción, según un analista, está en que "Aznar pareció más borde" y eso es del gusto de la multitud. Preguntémonos entonces si el pueblo es masoquista o si se halla tan inseguro que prefiere a un líder más remoto con tal que sea fuerte y duro.

Puestos a especular, uno preferiría a un Camps poco o nada "borde", un Camps que, buen cristiano como nos consta que es, se mire al espejo de su conciencia sin hacerse trampa. En ese confesionario no vale la farisaica atrición, ni la autoindulgencia ni mucho menos la muletilla íntima de algunos políticos: el fin justifica los medios. (Innecesario es decir que muchos se atienen sin el menor sarpullido a la infame estupidez de "la supervivencia del más apto"). En principio, nos llenaría de regocijo que Francisco Camps no perdiera de vista que somos ciudadanos de un Estado aconfesional con aspiración a la justicia; según prédica obsesiva, nada menos, que del gran padre de la economía moderna, Adam Smith, el de la "mano invisible". Que la tal mano deparara tales guantazos que a menudo con uno bastara (pues es canallesco ensañarse con un cadáver), no pone en tela de juicio las buenas intenciones del señor Smith, como lo prueba el hecho de que el infierno está lleno de buenas intenciones. O aquel rey Salomón, de cuyos disparates justicieros nos ha llegado algún ejemplo. Más sesudamente, según Platón la política deriva de la Justicia y ésta es el Bien y la Verdad. Con todo y con eso, el hombre honesto sabe distinguir lo justo de lo injusto en la mayoría de los casos y eso esperamos de Camps. Hay muchos entuertos que enderezar y que pueden ser enderezados con poco dinero; muchas doncellas que rescatar, aunque no al uso de la Celestina. Si bien el otro Camps, Gerardo (y con anterioridad Rambla) dicen estar más ocupados que preocupados por la deuda de nuestra comunidad. Déles el tiempo la razón, que a este cronista se le olvida a ratos que todavía hay trecho para los noventa días de gracia.

Ejemplo de entuerto: el funcionariado interino de los órdenes medios y bajos. No soy un experto en la materia, pero tampoco lo soy en leyes y, sin embargo, sé que hago bien si me echo las manos a la cabeza y me crujen los dientes cuando leo en la prensa -por desgracia con harta frecuencia- sentencias tan disparatadas que no superan el sentido común de un batracio. Los interinos, entiendo, son personas que ejercen de funcionarios, pero no lo son porque no tienen en propiedad la plaza que desempeñan, ni ninguna otra. Están con un pie dentro y el otro fuera. Eso les distingue del funcionario a secas que goza de una plaza en propiedad. Una distinción perfectamente equiparable a la diferencia entre una persona sana y otra crónicamente enferma. El funcionario interino, en efecto, vive en agonía perpetua.

Muy a menudo, el interino trabaja más o mejor de lo que se le pide, pues precaución obliga. Con lo que no quiero decir que todo funcionario a secas se echa a dormir, según afirman tantas voces aviesas. Hay de todo, como en botica; así como entre los médicos, los profesores, los arquitectos, los fontaneros, etc. Fastidia tener que repetir lo obvio para no herir susceptibilidades. Creo, además, que a veces el desmadre de un determinado grupo de funcionarios procede de la carencia de estímulo; y que el estímulo lo genera, en gran medida, una buena organización. Si uno no se siente bien dirigido, suele ser presa del desánimo y la desmoralización.

Pero vuelvo al funcionario interino, el que se pasa la vida en un ay, preguntándose cuánto va a durar y dejándose la piel en una jornada sin horario. Muchos de ellos, si no todos, trabajarían con la misma asiduidad y eficiencia de tener el empleo seguro, pues tanta dicha hace llevadero todo sacrificio. Tener un pie en la calle es losa más precaria que muchas hipotecas de las que el ministro Álvarez Cascos denomina "poder adquisitivo", Dios le coja bien confesado; deseo más piadoso cuanto de más improbable cumplimiento, pues si como hemos reconocido anteriormente el infierno está lleno de buenas intenciones, ahora hay que añadir que también de malas. (Hoy que ha sido abolido el limbo, ¿adónde van los tontos y los inocentes, si no es que son una y la misma cosa? Pero con la teología hemos topado y es tan escurridiza que a su lado una anguila es anjeo tundido).

Pues bien, se pretende que el interino oposite para obtener la plaza en propiedad. "Puerco y descomunal abuso", diría don Quijote. Vi hace pocos años el temario de las tales oposiciones (para el grupo B) y quedé honradamente escandalizado. ¿Desmán, burla, ignorancia, carencia absoluta de imaginación o qué diablos? Me pregunté: ¿acaso quieren cargarse a todos los interinos por sospechosos de aspirar a una plaza fija y suspender de paso a los restantes opositores? ¿Un adelgazamiento en favor de la productividad, evangelio de tantas grandes empresas que acaban engordando con las crisis?

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No conozco a fondo todo este cotarro de los interinos, pero lo que sé, prefiero olvidarlo. No hay que permitir que los detalles de una trama enturbien los fines hasta perderlos de vista o relegarlos a un plano secundario. Aquí el fin es claro como el agua clara: un interino (a) con varios años en el cargo y cumpliendo en exceso y eficientemente su cometido, tiene más que ganado el derecho a la plaza en propiedad, sin tener que pasar por la humillación y el abuso de unas oposiciones en su caso absurdas y a costa de su salud mental y/o física, pues el temario es insolentemente largo y abstruso. Conozcan la Constitución, que el resto lo han aprendido trabajando. Eso es lo que hay y debe prevalecer sobre milongas políticas de cualquier índole. Cambien la ley para el futuro, si quieren. Pero no sometan a esa vejación y acabe en la calle una persona que, por su edad, ya no vende en el mercado laboral. En términos religiosos, estimado president: no al pecado mortal.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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