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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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Los nazis de Josep Piqué

Lo mejor de Josep Piqué es su aire de amigo de toda la vida. Este chico, con estilo británico y traje con ínfulas de Toni Miró -sin llegar a tamaña osadía-, es fundamentalmente un chico listo. Una no sabe si es marcadamente inteligente, a sabiendas de la aseveración que de él hizo su maestro Joan Hortalà: "De mis tres alumnos, Anna Birulés, Josep Piqué y Miquel Puig, el único inteligente era Puig. Por eso es el único que no ha llegado a ministro". Sin embargo, y a pesar de Hortalà, me temo que también es inteligente. Salió vivo de escándalos económicos sonoros que hubieran manchado hasta el carnet a cualquier hijo de vecino. Sobrevivió a las moncloadas conspirativas -ese lindo nido de víboras que ahora intentan zamparse entero a Alberto Ruiz-Gallardón- y hasta consiguió, muy a pesar de su estigma catalán, caer bien al mesetario presidente. Más aún, poseedor de una linda pirueta ideológica que lo transportó de las tonterías comunistas de la adolescencia a las posiciones de orden actuales, incluso se atreve a caer de pie en lo catalán, después de formar parte de un Gabinete que ha machacado lo catalán hasta la médula. Piqué es un superviviente. No al estilo de la magnífica canción de Mónica Naranjo -de la "puta realidad" no surgen los Piqués, sino los parias-, sino al estilo de la derecha de siempre, cuyas miserias profundas sólo llegan a la categoría de cuestiones de familia. Miren al bueno de Javier de la Rosa, saliendo y entrando de las cárceles del mundo por obra y gracia de un viejo buen amigo a punto de jubilarse. Lo vi el fin de semana en Cadaqués, su oronda figura sobre la moto, el señor de la manguera... Y esa lindeza de los Albertos, sus jóvenes, ricas y pijas mujeres llorando en Hola desde el yate, ellas casadas con maduros ricos y, de golpe, amenazadas de convertirse en mujeres de presidiarios. ¿Se imaginan a Helena Cue en un vis-a-vis en la cárcel? Aunque la imaginación llegara al poder, el poder nunca permitiría tamaña y perversa imaginación. Y así va la cosa... Supervivientes, seguramente porque marcan ellos las claves del naufragio.

Decía que Piqué también lo es. Este hombre puede pasar de ser ministro de una cosa a ser ministro de otra, y después candidato a todo por el PP en la periferia -¡qué jugada del jefe, Josep!-, sin perder la sonrisa. A diferencia del esforzado Alberto Fernández Díaz, que siempre será un poco extraterrestre, Piqué es uno de los nuestros. Nos lo imaginamos, sin parpadear, de consejero de la Convergència de Artur Mas; de hombre fuerte de la democracia cristiana; hasta de empresario simpático en las cenas de Pasqual Maragall. Nunca sería un chico de esquerra, ni tampoco volvería con sus antiguos colegas de Iniciativa, porque Piqué hace mucho que decidió formar parte del poder. Pero, para el resto, podría ser de cualquiera. Abogado de oficio, como algunos otros notables de la política catalana, lo suyo no es un problema de ideología, sino de status. Por eso practica la ideología plana, cuyas ideas y convicciones nacen donde nacen los paquetes de acciones. Que aterrice en Cataluña con declaraciones más o menos contundentes, no significa que se haya ideologizado, sino que se pone a hacer la faena con disciplina profesional.

Hablemos de lo último de Piqué, su acusación de que los partidos catalanes actúan como los nazis cuando hablan de la involución autonómica del PP. No deja de ser significativo que en pocos días exista una coincidencia tan bonita entre Silvio Berlusconi y Piqué. De hecho, si zarandeamos un poco la hemeroteca, nos encontramos con un dato relevante: la tendencia de la derecha, especialmente la española, a jugar con la memoria del nazismo es notoria, recurrente y siempre desacomplejada. Lanzar el concepto nazi contra el adversario es una acusación muy gruesa que cualquiera con un ápice de sentido moral de la memoria, nunca usaría en vano. Estamos hablando de millones de muertes; estamos hablando de una auténtica industria del exterminio; estamos hablando de una ideología totalitaria, exterminadora y nihilista. Es decir, estamos hablando de algo con lo que nunca podemos jugar. Sin embargo, la derecha juega con el nazismo con una frivolidad que pone los pelos de punta, frivolidad que significa una minimización irresponsable de la peor tragedia de la humanidad. Estoy convencida de que nadie con convicciones morales jugaría nunca con la memoria del nazismo. Ergo, quien juega con ella, milita, sin duda, en una cómoda amoralidad. Y hablo de amoralidad porque no creo que se trate de inmorales, sino justamente de una concepción amoral de la realidad. Lo cual, por cierto, ¿es mejor?...

Podríamos decirle a Piqué que acusar a los partidos catalanes de actitudes nazis, precisamente a los partidos del espectro antifranquista, y encima hacerlo desde el paisaje heredado del franquismo, es un bochorno, un insulto y algo más, una indecencia. Podríamos decirle que usar el nombre del nazismo en vano es un síntoma inequívoco de mala salud democrática. Podríamos acusarle de reírse de la memoria trágica de Europa. Hasta podríamos comentarle que lo suyo es sencillamente feo, muy feo, feísimo. Podríamos y se lo decimos. Pero sobre todo le digo, al amigo Piqué, que los abogados de oficio tienen que cuidar las formas mucho más que los convencidos. Uno puede equivocarse cuando defiende causas vinculadas a las convicciones. Pero cuando las convicciones nacen del catecismo de los intereses, la prudencia es, ¡ay!, un plan de pensiones.

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