_
_
_
_
Reportaje:TEATRO

El gran transgresor

Javier Vallejo

Lo mataron a golpes el 2 de noviembre de 1975, en la playa de Ostia a la que había acudido en coche para tener un encuentro íntimo con Giuseppe Pelosi, joven al que apenas conocía. Para quienes llevaron a juicio a Pier Paolo Pasolini decenas de veces, por considerar amoral su obra y escandalosa su vida privada, su muerte fue algo así como la reconfortante confirmación de que quien mal anda, mal acaba. Pero ni la sentencia del tribunal correspondiente, que condenó a Pelosi como autor único, ni su ratificación en la Corte di Cassazione despejaron las dudas sobre la autoría del crimen. En el libro Omicidio nella persona di Pasolini (Kaos Edizioni, 1992), varios autores, entre ellos Oriana Fallaci, aseguran, con la secuencia de los hechos probados y la autopsia en la mano, que hubo más de un ejecutor. A esta teoría conspiratoria se apunta el autor francés Michel Azama en su obra Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini que, con dirección de Roberto Cerdá, está girando por algunos de los escasos festivales de verano que no se dedican en exclusiva al teatro clásico.

Se estrenó en febrero, junto a otras dos piezas de Azama, dentro de un ciclo anual que el teatro Pradillo, de Madrid, dedica a un autor contemporáneo de envergadura (Beckett, Pinter, Müller, Koltès, Joan Brossa...). Estos montajes suelen morir allí mismo, a veces injustamente, después de tres o cuatro representaciones. Es lo que sucedió con La penúltima, un drama breve en el que Harold Pinter dibuja con rapidez e intensidad extremas varias escenas en las que un niño y sus padres pasan, indefensos, por las manos de un mando torturador y patriota. Roberto Cerdá ya había hecho antes una puesta en escena, fallida, de esta obra dificilísima, casi imposible para los actores. Pero en Pradillo consiguió, cuestión de alquimia, que canalizaran toda la tensión del texto a su favor y a favor del público: cuando Pedro Casablanch, intérprete del torturador, rotaba el puño derecho con el pulgar y el meñique extendidos a unos milímetros de los ojos de sus víctimas, nadie respiraba.

El trabajo de Cerdá en La pe-

núltima levantó grandes expectativas sobre su nuevo montaje. Vida y muerte de Pier Paolo Pasolini es otra cosa muy distinta, una obra de aliento poético, un friso en el que aparecen algunos de los personajes que determinaron la vida del autor friulano. Para dar una idea, la escritura de Azama está más cerca del poema dramático que de la biografía, del lirismo que del drama. Hay en ella más frío que calor, y aunque destila admiración por Pasolini, no está claro qué es lo que admira Azama: de sus obras habla poco, y su vida aparece apenas apuntada, resumida en un par de monólogos, en un diálogo con Ninetto Davoli (interpretado por Rafael Rojas), su compañero sentimental y protagonista de tantas películas. En el montaje de Cerdá destacan las escenas entre Davoli y Pasolini, y entre éste y Pelosi. Rojas consigue una naturalidad de expresión que se aproxima, sin imitarlo, a la que su personaje da en la pantalla grande, e Iñaki Font (Pelosi) es un actor joven que parece muy cómodo en su propia piel y, por tanto, en la de su personaje. Adolfo Fernández hace un Pasolini contenido, sin apenas pluma, físicamente muy diferente del real, pero perfectamente posible. Las mejores reacciones químicas del elenco se establecen precisamente entre Font y Fernández. Pero la interpretación de mayor mérito es probablemente la de Alfonso Torregrosa, que se multiplica con exactitud en tres personajes poco agradecidos, entre ellos el abogado Salvatore Pagliuca, ex diputado demócrata-cristiano cuyo nombre y apellido Pasolini puso al proxeneta protagonista de Accattone. Pagliuca, claro, lo demandó. El director y la productora Arco Film perdieron el juicio y fueron condenados a cambiar el nombre del personaje.

Cerdá ha elaborado una puesta en escena limpia y bien dibujada, sobre un suelo de palés hermoso, pero poco práctico a la hora de caminarlo. El muy buen de boca a oreja que ha despertado este montaje ha sido suficiente para que volviera a ser programado el mes pasado en Pradillo, y para que en otoño regrese a Madrid, al teatro de La Abadía, dentro de un ciclo de autores contemporáneos puestos en escena por directores jóvenes. Entretanto, tiene fechas en los festivales de Ribadavia (Ourense) y Sonseca (Toledo).

Teatro de La Abadía. Madrid. Del 2 al 19 de octubre.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Javier Vallejo
Crítico teatral de EL PAÍS. Escribió sobre artes escénicas en Tentaciones y EP3. Antes fue redactor de 'El Independiente' y 'El Público', donde ejerció la crítica teatral. Es licenciado en Psicología, en Interpretación por la RESAD y premio Paco Rabal de Periodismo Cultural. Ha comisariado para La Casa Encendida el ciclo ‘Mujeres a Pie de Guerra’.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_