_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ejército: hechos y tendencias

Las políticas de defensa son opinables. Pero sería conveniente que las opiniones se fundamentasen en hechos y tendencias constatables. Los ataques terroristas a EE UU de septiembre de 2001 han reforzado la tendencia hacia la focalización de los conflictos bélicos en Asia con la excepción de Kosovo en 1999 (Irak 1991, Afganistán 2001, Irak 2003, candidatos al eje del mal). La imprevisibilidad de la operativa terrorista genera coaliciones a la carta para actuar tanto preventiva como reactivamente. Los planes de defensa se integran con los de mitigación de catástrofes nacionales. Finalmente, y como consecuencia de ello, se evidencia la necesidad de transformar los medios de defensa occidentales, basados en la guerra fría y expresados a través del despliegue de bases militares americanas por todo el mundo. Esta transformación está condicionada por las prioridades políticas de cada gobierno, evidenciadas anualmente en las respectivas leyes presupuestarias, con claros sesgos asimétricos en los últimos 50 años a costa del presupuesto del Pentágono.

La aparente abstracción del terror va unida a la concesión del don de la ubicuidad, lo que lleva a que la transformación bascule más sobre la evaluación del tipo de amenazas posibles, y de los medios para detenerlas y combatirlas, que, como rezaba la doctrina tradicional, en la identificación de los posibles enemigos y en su emplazamiento geográfico. Desde esta perspectiva argumental, el ejército debe defender a la ciudadanía, repeler eventuales agresiones e, incluso, impedirlas. En otras palabras, proteger los territorios nacionales, estar dispuestos a mantener operaciones en escenarios lejanos, evidenciar que cualquier ataque encontrará respuesta, proteger las redes de información establecidas, potenciar el uso de las tecnologías de información y comunicación, preservar el espacio aéreo nacional y, finalmente, restablecer la ley y el orden en los territorios conquistados.

Las nuevas responsabilidades exigen un nuevo mix en el arsenal militar. La fuerza nuclear es menos relevante desde el Tratado ABM, mientras las alternativas entre vehículos tripulados o no, sistemas de corto o largo alcance, equipos clandestinos o de presencia real, sistemas de disparo o sensoriales.... suponen decisiones estratégicas del nuevo entorno bélico. Si bien la justificación de la guerra es opinable, proscribirla es probablemente estéril. De ahí que los gobiernos deban elegir entre responder efectivamente ante conflictos futuros o pertrecharse, mientras puedan y se lo permitan, como meritorias intendencias de auxilio social o filántropos financieros de otras fuerzas armadas. En el campo de los hechos, desde la llegada de la nueva Administración a la Casa Blanca, el presupuesto del Departamento de Defensa ha aumentado un 20%, excluyendo las guerras de Afganistán e Irak y la lucha contra el terrorismo. La propuesta de autorización presupuestaria recientemente aprobada por el Congreso para el 2004 asciende a 400 billones de dólares, más que la combinación de los otros 18 miembros de la OTAN, China, Rusia y otros países relevantes. En términos relativos supone el 3,4% del PNB de EE UU y el 16,6% del presupuesto federal. De este importe, 24 billones están dedicados a tecnologías de la información y comunicación. El plan del Pentágono a 5 años asciende a 1,9 trillones de dólares y pretende que sus inversiones en I+D alcancen el 3% del PNB. Todo ello opinable, pero real.

Esta situación no legitima nada de iure pero es indudable que otorga un título, el que sea, de facto, que se explicita por el hecho de que el comandante supremo de la OTAN sea un marine americano y que el que lidera la transformación de la misma organización sea un marino de la misma nacionalidad. En la visión del Pentágono, la transformación del ejército tiene un doble objetivo: acelerar el desarrollo tecnológico que permita a los diferentes servicios militares entrar en combate de forma coordinada y proteger sus propias redes del ataque enemigo al tiempo que se apoderan de las suyas. El paradigma de esta transformación es la 4ª División Mecanizada de Infantería en Oriente Medio, y el punto central es recabar y analizar la información relevante para la toma de decisiones en el campo de batalla mediante el proyecto C4ISR (command, control, communications, computers and reconnaissance). Se trata de reducir la llamada fog and friction of war de suerte que las instrucciones militares puedan comunicarse con un mejor conocimiento de lo que sucede en cada momento y lugar de la batalla.

En este esquema, el despliegue de la fuerza aérea permite la recogida de información a partir de sensores sitos en tierra, bien mediante aparatos de vuelo bajo (Hunters, Pioneers y los remotamente pilotados Predators), bien a través de los de mayor altura (los igualmente pilotados remotamente Global Hawks, y los aviones espía U-2). Estos datos son remitidos por satélite a los centros de mando y control lo que facilita que las operaciones comiencen desde tierra, mediante fuerzas especiales, con la toma rápida de puntos neurálgicos.

Lo cierto es que, aún así, esta transformación está todavía en progreso. Supone un cambio cultural en los ejércitos, en los gobiernos, en los grupos políticos de los parlamentos, en los requerimientos de las políticas de adquisiciones y, aún, en la opinión de la ciudadanía respecto de sus fuerzas armadas y exige, también, que la Office of Force Transformation de los EE UU depure al máximo la precisión de algunos sistemas bélicos antes de llevarlos a combate.

En este sentido, la distinción entre fuego amigo o enemigo es poco relevante para los que perdieron la vida en las dos contiendas de Irak. Ello implica continuar perfeccionando el proyecto FBCB2 (Blue Force Tracking) mejorando los sistemas electrónicos (pluggers y daggers) de tanques, aviones, camiones de trasporte de hombres y materiales.... y su coordinación desde los centros de mando y control mediante sistemas GPS.

De escaso progreso cabe calificar que las bombas de precisión guiada hayan pasado del 9% en Tormenta del Desierto al 70% de Libertad Iraquí cuando centenares de vidas civiles han sido perdidas bajo el eufemismo de daño colateral. Enormes cautelas deben observarse respecto del programa Terrorist Information Awareness desarrollado por la Defense Advanced Research Projects Agency y que tiene como objetivo crear una gran base de datos medida en petabytes que almacene registros, tanto públicos como privados, y de cuyo análisis se deriven modelos de comportamiento terrorista. Sería políticamente imperdonable crear una lista de sospechosos en beneficio del Big Brother sin fundamento alguno. También es un hecho que Europa ha antepuesto en los últimos 50 años el Estado de Bienestar a los gastos en defensa. La Constitución para la UE preservará, además de la cláusula de defensa mutua, la unanimidad en las decisiones que impliquen movimientos militares. Está por ver el devenir del ampuloso Organismo de Armamento y de Investigación Estratégica y el despliegue de la Fuerza de Respuesta Rápida consagrada en la Cumbre de Praga. Hasta ahora mucha animación y poca inversión. Los militares de los países de la UE, y sus colegas del resto de la OTAN, saben que ser convidado de piedra es incompatible con la codesión y el mando. El Pentágono también.

José Emilio Cervera es economista y ex-eurodiputado del CDS. jecervera@mixmail.com

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_